Llegó el último partido del año. La nostalgia se trasladó a la Sultana del Norte. Lo hizo cargando en la bolsa cientos de historias, hazañas, leyendas, mitos y anécdotas; alegrías y tristezas, euforia y desilusión, todas las emociones que el futbol es capaz de acumular a lo largo de un año. El balón, al menos por este 2017 en México, dejó de rodar.
Y lo hizo como debía ser, con un apasionante juego en el que la gloria estaba en disputa. El espectacular Estadio Bancomer abrió sus puertas, imponente como siempre, se dispuso a recibir a todos, con la idea de empezar a olvidar algunas penas y escribir destinos tan agradables como el clima de esta noche en Monterrey.
Enfrente estuvo el Pachuca, un equipo que reconocía este territorio, que en la memoria lo tenía con un asiento especial porque no hace mucho que aquí pudo escalar, bajar una estrella del cielo y ponerla para siempre sobre su histórico escudo.
La final de la Copa MX, esta vez de tintes navideños, por la fecha, resultó un juego parejo, intenso, con dos equipos cautelosos, pero con las armas necesarias para generar peligro. El primer tiempo transcurrió sin sobresaltos. Incluso la afición local se guardó las energías para el complemento. Digamos que fue un lapso de estudio.
Ya en el segundo capítulo de la final despertó el “Gigante de Acero”. Avilés Hurtado, el talentoso futbolista colombiano, fue la punta de lanza de una jugada de los Rayados. Hurtado, de gran Apertura 2017 pero con una espina clavada, resolvió como crack un servicio filtrado y puso a los norteños adelante. El Estadio Bancomer volvió a ser el de siempre. La gente festejó, aplaudió y se les rindió a sus ídolos. Demostrando el amor por su equipo.
Los Rayados tuvieron más espacios y eso, como sabemos, es un peligro para cualquier oponente. Pero los Tuzos arriesgaron y poco a poco, pese jugar como visitantes, se fueron adueñando de la pelota, mandaron jóvenes promesas a la cancha para tener dinámica y pusieron a prueba a la zaga de Monterrey, comandada por Basanta y Montes.
La afición en el estadio se comportó a la altura de la final, con orden y compostura, y pusieron las energías con que hay que apoyar a un equipo que se acerca al título. Aplaudieron de pie cuando Dorlan Pabón salió de cambio y aprobaron con una ovación la entrada de Jesús Molina, lo mismo cuando Poncho González y Efraín Juárez tuvieron su oportunidad. La comunión con sus Rayados nunca se fue.
El conjunto que dirige Antonio Mohamed utilizó el soporte de los suyos para encontrar las herramientas necesarias para el manejo de partido, lo hicieron a la perfección. El Estadio Bancomer veía de cerca la oportunidad de celebrar.
En el final del encuentro, el ambiente fue espectacular. La gente se le entregó a su equipo. De pie, se coordinaron para juntar las palmas al mismo tiempo. Corearon el nombre del campeón, sacaron los teléfonos para capturar el momento. Pitó el árbitro y el Club Monterrey grababa su nombre para siempre en la historia del torneo, eran los campeones.