Al precisar que en 1968 las mujeres participaron en el movimiento como sujetos políticos y agentes del cambio social y con el ánimo de recuperar el lugar que les corresponde en la historia, Beatriz Argelia González García, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostuvo: “Desde la prensa, quienes participaron en el movimiento estudiantil no sólo atentaron contra la patria, los valores de la familia y la religión, sino que faltaron al respeto a las autoridades, sobre todo a la figura presidencial”.

Durante su participación en el congreso internacional sobre movimientos estudiantiles “A 45 años del 68”, con la ponencia “De guerritas y algaradas: representaciones de las mujeres del 68 en la nota roja”, González García subrayó que la irrupción del movimiento estudiantil en 1968 puso en entredicho, entre otras cuestiones, el discurso oficial acerca de la participación femenina en la vida pública del país.

La prensa, en su nota roja, puntualizó: “Construyó un discurso moralizante que partía de la idea de la presencia de la mujer en su hogar como el sitio que le correspondía, y no las calles, espacio defendido por las fuerzas del orden y disputado por los estudiantes, a quienes calificaban de ‘vándalos’, ‘malhechores’ y ‘enemigos de la nación’”.

Por lo tanto, precisó, si las mujeres accedían a ese espacio, transgredían la ley y el orden, lo que estigmatizaba a las minorías, como las mujeres.

“Disentir sexual, política, moral, religiosa o intelectualmente no les estaba permitido a aquellas que en 1968 cohabitaban en una sociedad conservadora y machista”, afirmó.

Tras señalar que hasta hoy la participación de las mujeres en el 68 se debate en relación al grado de liderazgo o representación que tuvieron en los comités de las escuelas y ante el seno del Consejo Nacional de Huelga, lo que reduce su presencia y conduce a interpretaciones equivocadas que promueven la idea de que los participantes son los líderes estudiantiles, consideró que esto abre la interrogante sobre quiénes son las “sesentayocheras”.

Como respuesta, dijo, tal interrogante incluye a las mujeres que durmieron en las escuelas, las que “brigadearon”, las que marcharon, las que encabezaron contingentes, las que lanzaron agua hirviendo a los soldados desde las ventanas de los departamentos de Tlatelolco, las que arrojaron zapatos a las tanquetas militares en el Zócalo, las militantes de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas que se plantaron frente a la Procuraduría General de la República para exigir la libertad de los estudiantes, y las que enterraron a sus hijos con la “V” de la victoria en alto.

“También, a aquellas que dos días antes de la masacre de la Plaza de las Tres Culturas improvisaron un mitin frente a la Cámara de Diputados, en un desesperado intento por impedir la represión. O las universitarias que como muestra de voluntad acudieron al diálogo con las autoridades la mañana del propio 2 de octubre”.

Tras señalar las dificultades que presupone una investigación de género, en tanto que las narrativas del 68 se han construido en función de “voces masculinas y de la élite”, apuntó: “La presencia femenina multitudinaria en las plazas y calles de la capital del país encontró en la prensa de nota roja un dispositivo moralizante que desde sus páginas intentó normar la conducta de aquellas que han dejado el hogar y, en consecuencia, abandonado su papel como madres y esposas”.

En la segunda parte de su ponencia, la investigadora de la UNAM expuso el caso de Mika Seeger, la primera mujer que saltó a la primera plana de los diarios tras los acontecimientos del 26 de julio y a quien las autoridades mexicanas responsabilizaron de “la conjura internacional comunista”.

Para el caso de las representaciones de las mujeres en la prensa sensacionalista, seleccionó imágenes del 26 de julio, cuando la violencia creció tras la represión que se suscitó la tarde en que los asistentes de dos manifestaciones confluyeron en el mismo punto y pretendieron ingresar a la Plaza de la Constitución. Dos días después, La Prensa publicaba a ocho columnas el rostro de Mika Segger, una neoyorquina detenida tras los hechos, que se convertía en el primer rostro femenino visible del movimiento estudiantil, cuando el Consejo Nacional de Huelga aún no existía.

Mika Segger fue exhibida como una de las responsables de la “conjura comunista”, que, según el gobierno, se fraguaba en contra de México. Hasta entonces, la prensa se había referido a los estudiantes como protagonistas de “algaradas” y “guerritas estudiantiles” libradas en el perímetro del centro histórico, dijo. Segger, que ingresó al país en calidad de turista, fue capturada el 26 de julio, cuando se vio inmersa en la persecución policiaca con la que finalizó la jornada de protesta convocada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, que había coincidido con la manifestación de apoyo a la revolución cubana.
“Para los encargados de la justicia mexicana no había duda, Segger llegó a México con una misión específica: boicotear los XIX Juegos Olímpicos”.
Al reconocer la participación de miles de estudiantes, madres de familia, abuelas, profesoras, trabajadoras, vecinas de las escuelas involucradas y simpatizantes del Consejo Nacional de Huelga que se sumaron a la movilización estudiantil, Beatriz González García asentó que “adueñarse de la calle significó acceder a la política más allá de las cifras de los censos y las estadísticas, de los discursos oficiales que usaban a las mujeres como adorno de escenografía, como botín político. En ese espacio itinerante y dinámico existía una posibilidad de transformar el estado de las cosas”.