La devoción por el Señor de las Maravillas atrajo a cientos de creyentes agradecidos por el favor recibido.
Lo que se vivió ayer representa el acto supremo de la fe y la entrega, el agradecimiento de los devotos de la imagen sufriente, de la representación cuidada que en Semana Santa sale a las calles cargada por los feligreses.
La nave de la iglesia fue insuficiente para albergar a los creyentes del Señor de las Maravillas.
Hermosos arreglos de flores se desplegaron alrededor del escaparate donde se encuentra la representación religiosa más querida por los poblanos desde hace varios años.
Con el rostro sereno y el corazón acongojado, los creyentes desfilaron para entregarle sus más sentidas peticiones, mismas que sólo en la fe reconfortan a los más necesitados.
La mirada perdida al elevar la plegaria.
Musitar una oración ante el Señor de las Maravillas con los labios del devoto, del necesitado, del más pequeño.
Afuera, la calle luce como una romería. La lluvia amaga a los creyentes que hacen fila para esperar el ingreso a la iglesia.
Los puestos de comida y el vendedor de refrescos, unos pasos más adelante, las vendedoras de tamales, y la fila que aguarda sin prisa, porque la fe tiene su propio tiempo, porque la necesidad no espera. Devotos que hacen crecer la fe en el Señor de las Maravillas.
O como relata el antropólogo Ernesto Licona, quien ha escrito sobre la Puebla devota y la Puebla del rostro laico: “julio es el mes del Señor de las Maravillas, de la Señora del Refugio, del Carmen, de Santa María Magdalena, de Santiago Apóstol y Santa Ana”.
La ciudad muestra su rostro religioso como sucede también en Semana Santa. Es la Puebla de la fe, la Puebla de la devoción, la otra Puebla que circula a la par de las ensoñaciones del progreso, la Puebla que no es la de la armadora Volkswagen, ni la de los centros comerciales de ínfulas de mall estadunidense. Es la Puebla de un pasado que se encuentra viva, en pleno Centro Histórico, como parte de un legado cultural, de las tradiciones que sobreviven y se prolongan más allá de los anhelos aspiraciones de la otra Puebla, la tecnocrática, la que se dice laica, la que quiere verse moderna a toda costa.
Pero el Señor de las Maravillas y sus devotos le dicen a esa otra Puebla que ahí está la semilla de una fe que parece desafiar las ficciones modernas de los segundos pisos, los metrobuses que no llegan, las iPads de la burocracia estatal y las narrativas futuristas de un “mejor” que está por venir, pero al que las tradiciones le ponen un “hasta ahí”.