Los escándalos públicos protagonizados por diversos cardenales han puesto en situación difícil la sucesión de Benedicto XVI, marcada por la incertidumbre producto de su inédita renuncia al pontificado.

Este lunes el papa aceptó la renuncia del purpurado escocés Keith O`Brien al puesto de arzobispo de Saint Andrews y Edimburgo.
Oficialmente la sala de prensa del Vaticano aseguró que la dimisión de O`Brien fue por “límite de edad”, pero el prelado cumplirá sus 75 años apenas el próximo 17 de marzo.

Según el Código de Derecho Canónico, la ley fundamental de la Iglesia católica, los obispos están obligados a presentar su renuncia sólo al cumplir la edad límite y no antes. Normalmente pasan varios meses antes que el pontífice se las reciba.

Pero el caso de O`Brien es distinto. Algunos meses atrás cuatro personas (tres sacerdotes y un exsacerdote) que colaboraron con el cardenal en la década de 1980, lo acusaron de “comportamientos impropios” ante el nuncio apostólico en Gran Bretaña, Antonio Mennini.

Este caso había llegado al Vaticano semanas antes del anuncio de la renuncia del papa, el pasado 11 de febrero. Pero el desarrollo de las investigaciones provocó una coincidencia fatal desde el punto de vista mediático.

La inminente celebración del cónclave para elegir el sucesor de Benedicto XVI aceleró la dimisión de O`Brien, quien, al trascender la noticia a la opinión pública, decidió no asistir a las votaciones en la Capilla Sixtina.

“Pido la bendición de Dios sobre mis hermanos cardenales” que pronto estarán en Roma para elegir el nuevo papa, “yo no me uniré a ellos personalmente en este cónclave. No quiero que la atención de los medios en Roma se concentre sobre mí”, declaró el purpurado.

De todas maneras y aunque las acusaciones se hicieron públicas, un vocero del arzobispo dimisionario aseguró que las mismas son falsas.
Pero ese no es el único escándalo relacionado con un miembro del Colegio Cardenalicio. En los últimos días tomó fuerza en Estados Unidos e Italia una campaña pública para evitar que el arzobispo emérito de Los Ángeles, Roger Mahony, asista a la votación papal.

Esto como consecuencia de la información contenida en miles de documentos difundidos a inicios de enero por su sucesor al mando de la arquidiócesis estadounidense, José Horacio Gómez, y referente a decenas de casos de sacerdotes culpables de abusos sexuales contra menores.

Gómez fue obligado por un juez de Estados Unidos a abrir los expedientes eclesiásticos, en muchos de los cuales quedó en evidencia una carente gestión de las denuncias de parte de Mahony.

Para las víctimas, el cardenal directamente encubrió a algunos de los responsables de esos crímenes y, por ello, no merece participar en la elección del futuro vicario de Cristo.

Lo cierto es que la ley de la Iglesia católica es clara al establecer que es un derecho y un deber de los cardenales participar en el cónclave.

En el punto 35 de la constitución apostólica Universi Dominici Gregis (“De todo el rebaño del Señor”), que fue promulgada en 1996 por Juan Pablo II y contiene todas las normas relativas a la sucesión papal, queda en claro que todos los purpurados con derecho deben asistir a las votaciones.

“Ningún cardenal elector podrá ser excluido de la elección, sea tanto activa como pasiva, por ningún motivo o pretexto”, sostiene ese apartado.

Pero, el número 40 de ese mismo documento considera la posibilidad de que un elector decida no asistir al cónclave por un motivo que no sea enfermedad.

El apartado establece que pueden existir cardenales con derecho a voto que “rechacen entrar en la ciudad del Vaticano para esperar los trabajos de la elección o posteriormente, después que haya comenzado, rechacen permanecer para cumplir su tarea”.

En estos casos, donde no existe “manifiesta razón de enfermedad reconocida, los otros (cardenales) procederán libremente a la elección, sin esperarlo ni readmitirlo posteriormente”, añade el texto.

Esto quiere decir que, según la ley de la Iglesia, Keith O`Brien podrá no asistir al cónclave por decisión personal mientras Roger Mahony sería admitido en la Capilla Sixtina si, por propia voluntad, no opta por quedarse en Estados Unidos.