Desde la madrugada del martes y el miércoles el fervor católico se dejó sentir en el barrio de La Luz, donde vecinos colocaron unas verdaderas obras de arte: los tapetes de aserrín para venerar en su día a la virgen de su templo.
Dicho barrio es uno de los más antiguos y tradicionales de Puebla, conocido como zona de alfareros y donde se realizó su fiesta patronal, con la que despertaron a vecinos desde las cinco de la mañana con la detonación de cohetones.
Inclusive, en la madrugada asistieron con mariachi a la iglesia, ubicada en la 2 Oriente y 12 Norte, donde celebraron a su santa patrona, la Virgen de la Luz; la alfombra de aserrín no se colocaba desde 1984, pero desde 2011 se ha retomado la tradición.
El altar estuvo adornado con diversas flores, y hasta ese lugar llegaban a orar los feligreses y a cantarle las mañanitas a la virgen.
Los mismos vecinos conformaron la alfombra, con una comitiva de 20 hombres, quienes además fueron los encargados de quemar los cohetones.
Ya por la tarde de este miércoles, ofrecieron a los feligreses mole que fue cocinado en la “cazuela más grande”, que fue hecha por los artesanos de este barrio afamado por su alfarería, y que alcanzó para 200 personas.
La leyenda del barrio
La leyenda dice que se le pidió a san Jeremías que hiciera una palangana. Pero al tratar de hacerla, encontró que la tierra era demasiado seca y que no podía trabajarla.
El santo empezó a llorar y, mientras lloraba, sus lágrimas iban cayendo sobre la tierra, humedeciéndola. Con esta agua vio que se podía trabajar la tierra y entonces hizo la palangana.
Lo que hoy conocemos como barrio de La Luz pertenecía antiguamente al tlaxicalli (“lugar de casas para la gente”), denominado Tepetlapan, una de las cuatro subdivisiones que conformaban el barrio de Analco. Es oportuno llamar la atención sobre el hecho de que Tepetlapan —palabra náhuatl cuyo significado es “tierra firme”— servía para designar el sitio de donde se extraía el barro para la producción de alfarería.
La investigadora Patricia Arias sugiere que la práctica de este oficio en el barrio de La Luz se origina en el siglo XVI, si bien la primera ordenanza de loceros poblanos data del año 1653.
En dicha ordenanza se menciona, además de la loza amarilla y blanca, la existencia de la colorada, cuya manufactura ha sido especialidad de los alfareros de este barrio.
La tradición reconoce como difusor de esta última al capitán Gabriel Carrillo de Aranda, quien en 1689 instaló un obrador de loza en una de las calles de La Luz; el hecho tuvo tal importancia, que la vía en cuestión recibió desde 1780 el nombre de Calle de Carrillo, misma que en la nomenclatura actual corresponde al tramo de la avenida Juan de Palafox, ubicada entre la 14 y 16 Sur-Norte.
Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, cronista novohispano de la Puebla de fines del siglo XVIII, consignó en sus escritos un testimonio que describe cómo era la cultura alfarera de La Luz en su época.
Según sus propias palabras: “Era del Tepetlapan de donde se sacaba el barro fino y muy a propósito para ollas, cazuelas y demás vasijas necesarias para el uso común, que se llevaban de aquí para todo el reino, porque en ninguna parte se hacen como ellas”.
En el siglo XIX, Guillermo Prieto y Agustín Arrieta —que se conocieron cuando el primero pasó una temporada en la angelópolis— registraron, uno en las letras y el otro en la pintura, sus respectivas impresiones sobre la alfarería popular de Puebla. Sin embargo, la huella más profunda que ha dejado el barro en la cultura poblana está asociada con su tradición gastronómica, ya que el mole, expresión singular del barroco angelopolitano, está indisolublemente ligado a la popular cazuela del barrio de La Luz.
De los acontecimientos antes narrados surgió un refrán que perduraría durante los siglos XVIII y XIX: “De la Puebla, el jabón, la loza y no otra cosa”.
La alfarería hoy
Ullóa Téllez, vecino del barrio, informó que la conocida Calle de Carrillo hace muchos años era conocida por la elaboración de sus ollas, jarros, cazuelas y sahumerios, pero ahora poco a poco va viendo desaparecer a los alfareros, quienes que por casi tres siglos humedecieron sus paredes y las quemaron con fuego.
Los alfareros atraviesan por una situación difícil y desesperante, pues los hombres y mujeres que han preservado este oficio deben enfrentar demandas de desalojo promovidas por los propietarios de los inmuebles donde se ubican sus obradores.
Se han producido alrededor de 15 desalojos, lo que ha provocado un estado permanente de angustia en el grupo de artesanos.
El segundo problema que enfrentan es la restricción de uso del plomo en sus vidriados, situación que no les permite ingresar a los mercados extranjeros.
Finalmente, la contaminación originada por los hornos de leña ha generado malestar en La Luz, por lo que es necesario sustituir la leña por gas. No ha sido fácil para los alfareros asimilar su problemática ni tampoco entender los silencios.
Afortunadamente, en septiembre de 1993 el consejo del Centro Histórico, la Dirección de Artesanías y la Unidad Regional de Culturas Populares iniciaron un proyecto de rescate de la alfarería poblana, que incluye la creación de centros de exposición, venta y capacitación.
Especialistas de la Universidad Autónoma Metropolitana y de Fonart han realizado pruebas para encontrar el esmalte que pueda sustituir al plomo como vitrificante. Los resultados han sido favorables y los alfareros han participado con mucho entusiasmo y confianza.
Mientras el compás de espera continúa, los poblanos confían en que la Calle de Carrillo vuelva a poblarse de alfareros, de obradores, de gente que acuda a comprar la famosa loza colorada de La Luz.
Elaboración
Ullóa Téllez señaló que, con muy pocas variaciones, los alfareros de fin de siglo aún conservan las técnicas y procedimientos de sus antepasados. La preparación de la arcilla no solamente requiere de tiempo y cuidado (es frecuente que el alfarero sufra heridas superficiales durante el "pisado" del barro), sino de un gran esfuerzo físico.
Existen dos técnicas para la elaboración de las piezas. La técnica del "manero" consiste en el uso de moldes de arcilla, sobre los cuales, antes de usarlos, hay que rociar arcilla en polvo para que el barro no se pegue.
Posteriormente, los moldes son expuestos a los rayos solares durante un tiempo no mayor de 40 minutos; esta operación endurece la estructura de la pieza, gracias a lo cual se facilita el desprendimiento del molde. A las cazuelas se les hacen aplicaciones de barro como asas y “bordes”, después de transcurridas 12 horas.
La otra técnica, la del “ruedero” o “tornero”, se singulariza porque en ella la herramienta principal es el torno adaptado a la mesa de trabajo.
Este instrumento ofrece al alfarero múltiples posibilidades expresivas, ya que puede hacer piezas con diversas formas estéticas o cilíndricas: jarros de diferentes tamaños, candelabros y sahumadores.
No es común que un mismo artesano domine ambas técnicas, pues cada una exige un cierto grado de especialización. Para que las piezas adquieran la dureza indispensable requerida por su uso cotidiano, es necesario que sean sometidas al “jagüeteado”, proceso que consiste en introducir la loza cruda dentro de un horno para su cocción.
Concluida esta etapa, deben dejarse pasar 12 horas, durante las cuales el horno se enfría, y luego tiene lugar una segunda cocción que los artesanos llaman “vidriado”.
Desde su introducción, una de las características de la alfarería de La Luz reside en el empleo de esta técnica, procedimiento que consiste en fijar, por acción del calor, la capa de esmalte transparente (o greta) que recubre determinada parte de las piezas.
Al concluir las casi cuatro horas que este proceso requiere, el resultado es un acabado brillante que hace más llamativas las líneas y manchas de color negro que decoran la superficie roja de las vasijas.