José Alberto Vázquez Benítez
Jacques Soustelle
Los muertos, al menos todos los que pertenecían a la clase dirigente, eran quemados, según reglas complicadas y escrupulosamente observadas: Ponían en cuclillas al muerto, con los brazos y piernas liadas al cuerpo y era revestido de telas preciosas, la cara cubierta con una máscara, la cabeza adornada con plumas. Se hacía una especie de momia, que era revestida con ornamentos de papel de corteza. Le proveían de una piedra preciosa (chalchihuitl), que debía hacer las veces de corazón, durante la supervivencia. Y se inmolaba a su lado un perro destinado a acompañarle durante el gran viaje. El perro es Xólotl, el dios que penetra al infierno en el principio de los tiempos a robar los huesos de donde los dioses hicieron a los nuevos hombres. El muerto parte entonces para un largo viaje que las tradiciones describen de distinta manera.
El Quijote
Parte segunda, capítulo XXIV
Miguel de Cervantes
Don Quijote cita a Julio César
Y esto que ahora le quiero decir llévelo en la memoria, que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos: y es que aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir, que el peor de todos es la muerte, y como ésta sea buena, el mejor de todos es el morir. Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte; respondió que la impensada, la de repente y no prevista. Y aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdadero Dios, con todo eso, dijo bien, para ahorrarse del sentimiento humano, que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina. ¿Qué importa? Todo es morir, y acabóse la obra.
Evidencia de la muerte
Francisco de Quevedo
¡Cómo de entre mis manos te resbalas! / ¡Oh, cómo te deslizas edad mía!… ¡Oh condición mortal, oh dura suerte! / ¡Que no puedo vivir mañana / sin la pensión de procurar mi muerte!
Alma a quien todo un dios prisión ha sido…/ su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza, más tendrá sentido; / Polvo serán, más polvo enamorado.
La Metamorfosis
Franz Kafka
El buitre
Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos a mí alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
Estoy indefenso —le dije—, vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.
—No se deje atormentar —dijo el señor— un tiro y el buitre se acabó.
—¿Le parece? —le pregunté— ¿Quiere encargarse usted del asunto?
—Encantado —dijo el señor— no tengo más que ir a casa a buscar el fusil. ¿Puede usted esperar media hora más?
—No lo sé —respondí, y por un instante que quedé rígido del dolor; después añadí—. Por favor, pruebe usted de todos modos.
—Bueno —dijo el señor—. Voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco lejos, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
La tormenta
José Vasconcelos
¡Ya le tocaba!
De ese Urbina (el compadre y lugarteniente de Pancho Villa) se contaba que invitó a comer a un compadre que acababa de vender unas mulas. Y a los postres, Urbina, ya borracho, seguía brindando mientras enlazaba con el brazo derecho la espalda de su compadre. Hacía calor y el compadre se llevó la mano a la bolsa de atrás del pantalón, para sacar la “mascada”, pañolón colorado de los rancheros.
Urbina, en su delirio de sangre y alcohol, imaginó que el compadre sacaba la pistola, y adelantándose, sin dejar de abrazarlo, con la izquierda le perforó de un tiro el corazón. Cayó el compadre muerto, y cuando lo extendieron sobre el pavimento, en su mano crispada sólo apareció el pañuelo… Viendo lo cual, Urbina se echó a llorar y decía: ¡Pobrecito de mi compadre! Es que ya le tocaba…
En su lecho de muerte
Julio Ruelas
Último deseo
Esto no tiene remedio. Yo sé que me voy. Sólo quiero un último favor: que me sepulten en el cementerio de Montparnasse…Y si no es mucho pedir consiga usted una fosa contigua a la barda que da al boulevard, para que desde ahí pueda yo descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio…
Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1835-74)
Jorge Luis Borges.
Lo dejó en el caballo, en esa hora / Crepuscular en que buscó la muerte; / Que de todas las horas de su suerte.
Ésta perdure, amarga y vencedora. / Avanza por el campo la blancura
Del caballo y el poncho. La paciente / Muerte acecha en los rifles. Tristemente / Francisco Borges va por la llanura.
Esto que lo cercaba, la metralla, / Esto que ve, la pampa desmedida,
Es lo que vio y oyó toda la vida. / Está en lo cotidiano, en la batalla.
Alto lo dejo en su épico universo / Y casi no tocado por el verso.
En esto creo
Carlos Fuentes
De la muerte
Cuando se trata de acompañar a la muerte, ¿cuál es el tiempo válido para la vida? Freud nos advierte que lo que no tiene vida existió con anterioridad a lo vivo. El fin de toda vida es la muerte, una reina todopoderosa que nos precedió y seguirá aquí cuando desaparezcamos. ¿Nos anunció antes de ser? ¿Nos recordará después de haber sido? O más bien la nada que nos precedió y que nos seguirá ¿Sólo se vuelve consciente en tanto naturaleza, no en tanto nada, gracias a nuestro paso por la vida? La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala, al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte.
A la muerte de un funcionario
Renato Leduc
Fallecido el funcionario de un maligno tumor
de un tumor canceroso en su ancho nalgario
contraído en diez lustros de trabajo creador
culi-atornillado detrás de escritorio.
El personal adscrito con varias actitudes
el cadáver del jefe acompaña al panteón.
Hay algunos que ensalzan sus virtudes
otros hay que murmuran; era un buey y un cabrón.
Ya el difunto desciende al seno de la tierra
mientras aúlla frases un fúnebre orador…
y un perrito Fox-terrier encima de una perra
afanase y jadea… para escuchar mejor.
Contigo
Joaquín Sabina
Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que tú mueras por mí. Y morirme contigo si te mueres,
Y matarme contigo, si te matas.
“Porque el amor cuando no muere mata…
Y amores que matan, nunca mueren”.