Anteriormente habíamos hablado sobre el hecho de que, cuando la Iglesia se propone vivir una experiencia de escucha de la Palabra a fin de responder a su vocación de Pueblo de la Nueva Alianza y a su decisión de asumir los riesgos del anuncio del Evangelio, se expone a ser blanco de confrontaciones e interrogatorios de parte de quienes piensan que una renovación de la vida eclesial es un abandono de la voluntad de Dios y la consecuente creación de una comunidad acomodada al mundo, dejando atrás los propósitos para los cuales la Iglesia fue constituida por Cristo.

Más, la realidad es que una Iglesia puesta a la escucha de la Palabra, se convierte en una Iglesia en estado de Éxodo, es decir en una comunidad que decide dejar atrás las esclavitudes en las que se pudo haber instalado a fin de recibir la libertad que sólo el Espíritu Santo le puede conceder. 

Precisamente, la imagen del Pueblo de Israel durante el Éxodo puede ser un icono perfecto para retratar esta experiencia eclesial, pues lo que en aquellos años hizo el Señor con sus elegidos, es lo que nos propone hacer como Iglesia: pasar de las sujeciones a las que el mundo o la cultura predominante pretenden imponernos, para dejar atrás eso y disponernos mejor a actuar de acuerdo a las resonancias que el Evangelio requiere en nosotros y en nuestro entorno.

Por esta razón es que si la Palabra “Sínodo” significa “en camino”, luego entonces, eso implica que el trayecto no puede consistir en dar de vueltas sin ton ni son, sino trasladarnos tal cual de un lugar a otro, de una situación a otra, de un estado a otro. Además, esta situación, no puede ser simplemente una colocación de piezas en un tablero de ajedrez, sino que conlleva que todos los implicados se dispongan a ir avanzando de una forma consciente, personal y decidida para dejar atrás una actitud de mero pasivismo o de una resistencia sin sentido.

Por eso es que estar en “éxodo” es estar avanzando interior y exteriormente, dejando atrás todo cuanto pudiera hacernos añorar una situación tal vez más cómoda, pero esclavizante que sólo nos aliena y nos hace traicionar nuestra existencia cristiana que es en sí misma dinámica y comprometida, pues el Espíritu sopla y su aliento no puede convertirse en una brisa que se apaga, sino en un impulso que no deja nada igual, pues donde actúa, todo se renueva.

Lo más interesante de este “Éxodo” es que quienes lo vivimos somos toda la diócesis, pues no somos sólo aquellos que participamos en las asambleas sinodales, sino que precisamente todas y cada una de las comunidades que formamos la Iglesia de Puebla están llamadas a asumir este proceso en carne propia para que así, no sea la acción de unos cuantos sino la comunión y la sinergia de todos los que estamos llamados a realizar este momento de gracia que el Señor nos está concediendo y del cual, todos saldremos beneficiados.