El encuentro con Jesús motiva un cambio radical; implica orden y el cambio de actitudes, en pocas palabras, la conversión de la mente y del corazón.

Ernesto Junior Martínez Avelino

¿Recuerdan la parábola del pasado domingo? Era sobre “problemas de actitudes”: por un lado, el fariseo con una de autosuficiencia y, por otro, el publicano con actitud del pecador que necesita del perdón divino. El fariseo no sale del templo por creerse perfecto, mientras el publicano regresa justificado porque reconoce su pecado y se abre a Dios. Hoy San Lucas nos presenta la historia de un ENCUENTRO que suscita la CONVERSIÓN.

El relato evangélico se enriquece con los detalles: Jericó como ciudad comercial, un hombre llamado Zaqueo, quien no es un publicano más, sino jefe de ellos, alguien que no es un mafioso aunque sí su jefe, y naturalmente con una fortuna mal habida además de baja estatura, por lo que sube a un sicómoro al tener inquietud de saber quién es Jesús.

La escena que llama nuestra atención es la mirada de Jesús al encontrar a Zaqueo trepado en el árbol, al tiempo que le dice: “Zaqueo, baja pronto porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. El Maestro lo llama por su nombre (que es mi nombre) y se da por invitado a su casa (que es mi casa). En el encuentro con Jesús, Él me llama por mi nombre y quiere entrar en mi casa, y si yo se lo permito y entra, Él viene a cambiar mi actitud, a cambiar mi vida. Por eso Jesús exclama: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa...”, porque cuando Jesús llega a mi casa, la salvación es “YA” una realidad. La salvación no sucede después de la muerte o en el cielo, sino que la salvación es “AQUÍ Y AHORA”.

¿Y cuál es la consecuencia de esta salvación? El cambio de vida, esto es, la conversión. Tras el encuentro con Jesús, la vida de Zaqueo cambia radicalmente, por eso le dice al Señor: “Voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien le restituiré cuatro veces más”. Zaqueo quiere ir más allá de lo que disponía el Antiguo Testamento (cfr. Ex 22, 3.6; Lv 5, 21-24; Nm 5, 6-7), y eso quiere decir que cuando yo dejo entrar a Jesús en mi CASA-VIDA, Él empieza a poner orden y a exigir un cambio de actitudes, la conversión de la mente y del corazón.

Pidamos a Jesús que nos conceda abrir la casa-vida personal a su Señorío y encontrarnos con Él, que no quita nada y lo da todo, con la plena confianza de que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Amén.