Paulo I. Carvajal Ramos
Hoy 24 de diciembre nos encontramos ya en el último domingo de preparación para celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios. Nos llenamos de alegría y gozo, porque también en unas horas más conmemorar su llegada y mañana viviremos la alegría de la Navidad.
San Lucas –en esta ocasión– nos presenta la figura central y principal del adviento; María, la promesa que Dios ha hecho a Abraham y su descendencia se cumple en su SÍ.
Nazaret: pueblo insignificante de Galilea, ahí el judaísmo se pierde entre la gente de diferentes procedencias.
En este lugar María recibe el plan de Dios por medio del ángel. Ella será la madre del Mesías tan esperado: Jesús.
Su nombre significa “salvador”. Este hijo no es fruto de un deseo humano; es un don de Dios. Recordemos que la salvación es un don de Dios al hombre que cree y confía en Él.
Respuesta al amor del Señor
María con su perfecta disponibilidad, es la encarnación de la humanidad dispuesta por fin a responder al amor previo de su Señor.
La primera lectura tomada del segundo libro de Samuel nos habla de David y su ansia por vivir un encuentro con Yahvé su Dios.
Quiere construirle una gran casa para que habite. Dios no acepta su propuesta. Los planes de Dios son diferentes. Dios habita ya en medio de su pueblo.
Muchas veces nosotros queremos que se realicen nuestros planes, buscamos a Dios desde nuestros propios intereses, al final nos damos cuenta de que Él es quien lleva la obra.
Él está siempre con nosotros, habita siempre en nuestros corazones.
Hecho hombre como nosotros
Solamente nos falta creer y confiar. Lo tenemos que descubrir hecho hombre como nosotros. Como lo celebraremos en la Navidad.
Así también, queremos hacer los planes de Dios de una forma espectacular y hasta complicada.
Pero los planes de Dios son sencillos, no se sobresale, simplemente se cree y se realizan en el mismo caminar del hombre.
María en su sencillez inaugura en su SÍ “la plenitud de los tiempos” –el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a Aquel en quien habitará –corporalmente la plenitud de la divinidad (Col. 2, 9).
Este domingo digámosle sí al Señor, como María. Sin temor ni angustia. La fortaleza Dios la da a los débiles que confían en Él.
Que los momentos difíciles creamos solamente en Él y confiemos en su infinita misericordia.
Y que nuestra vida sea una alabanza como San Pablo nos invita en la segunda lectura: “Démosle gloria, por Jesucristo, para siempre.
¡Feliz Navidad!