Queridos hermanos, el Domingo anterior la palabra de Dios era insistente en el llamado que nos hacía Cristo en seguirlo de una manera total y confiada, ahora en este Domingo XIV del tiempo Ordinario se nos amplia más la razón del seguimiento y es el de compartir la Palabra de Dios, palabra que debe ser difundida de manera pronta y no puede quedar escondida en los corazones de unos cuantos, ya que lo que el Señor quiere es llegar hasta los últimos rincones de la tierra.
Y para ello manda a sus discípulos a que realicen esta nueva misión, en el evangelio de San Lucas que se proclama hoy, se menciona el número de setenta y dos discípulos, que junto con los Doce apóstoles reciben este mandato. Este envío es mencionado por los tres evangelistas sinópticos. Algunos intérpretes de la Biblia creen que fue una única misión en la que intervinieron tanto los apóstoles como otros discípulos.
Y lo importante de este mandato es que nos ayuda a comprender que este envío muestra cual es la cualidad esencial del apóstol (del griego Απόστολος, que significa enviado), y la misión que Jesús le da a toda la Iglesia, como testigos los manda a predicar y a bautizar hasta los confines de la tierra.
En el evangelio de San Marcos se añadirá: Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16, 20).
Y es por ello por lo que desde entonces la Iglesia no ha cesado de llevar la Palabra por todas partes, con la finalidad de aclamar como lo menciona la primera lectura (Is 66, 10- 14), la restauración de Jerusalén, restauración que se da después del luto que implica una catástrofe. Dios mismo, como madre que da a luz un pueblo nuevo, se compromete a traer la paz, la justicia y, especialmente el amor, como la forma de engendrar ese pueblo nuevo.
Desde esta nueva Jerusalén hablará Dios, desde ella se podrá experimentar la misma “maternidad de Dios” con sus hijos. Porque Dios, lo que quiere, lo que busca, es la felicidad de sus hijos. Pero esa Jerusalén todavía no existe, hay que crearla en todas partes, allí donde cada persona, cada comunidad sea capaz de sentir la acción liberadora del proyecto divino.
Pero es bien cierto que durante todo este tiempo que la Iglesia ha llevado a cabo él envió a la restauración por medio de la palabra, ha sufrido persecuciones constantes, y por ella cientos de miles de cristianos han derramado su sangre y entregado sus vidas.
El mismo mandato de Jesús lo vaticina… “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”
Sin embargo, el Evangelio cuando es vivido hasta las últimas consecuencias y sobre todo cimentado en la confianza total en Jesús providente, que no te dejara de dar lo necesario para subsistir, es el mejor argumento para la conversión de muchos, pues una Palabra que carezca del testimonio del que la predica, se queda sin contenido y no puede convencer a nadie y esa es la mejor manera de instaurar la Nueva Jerusalén.
Y claro que contamos con la acción del Espíritu Santo, quien hace posible que el número de los cristianos crezca constantemente. Pero cuenta también la acción apostólica de los creyentes.
De esta acción, Dios se vale para llevar su palabra, si no fuera así, entonces la Iglesia no tendría la menor importancia. La Iglesia existe para el servicio de la Palabra.
Pero ¿cómo la Iglesia de hoy, con todos los cambios vertiginosos que la modernidad ha ocasionado puede estar al servicio de la Palabra?
El mensaje de salvación de Jesús no puede estar reducido, con todo, a la predicación durante las celebraciones litúrgicas. Son muchos los medios que hoy existen para hacer llegar la Palabra y de esa forma anunciar el Reino, la nueva Jerusalén.
Alguien dijo que, si san Pablo hubiera vivido hoy, de seguro que sería un especialista en redes sociales. Y no es que las formas tradicionales (escritura) hayan quedado obsoletas ni mucho menos. Pero si bien en tiempos de Jesús la escritura apenas llegaba a unos cuantos, pues las mayorías eran analfabetas y los escritos no podían llegar a todos por no existir la imprenta, resultando, además, bastante costosos, hoy en día contamos con los modernos medios de comunicación social, al que desde hace unos años se ha agregado el Internet.
Todos los medios deben ser utilizados para que la Palabra llegue a todos los rincones. La presencia de la Iglesia en estos medios es sumamente importante y urgente.
Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas formas de expresión, el cristiano está llamado de nuevo a responder a quien le pida razón de su esperanza.
Sin embargo, podremos utilizar todos los medios a nuestro alcance, pero lo que imprime un sello especial, fuera de la gracia de Dios y la acción del Espíritu, es el ejemplo de los que no sólo se llaman cristianos, sino que lo demuestran por su forma de vivir.
Nunca debe faltar el testimonio personal y constante de los creyentes. Esto es lo que realmente convence.
Por ello la Iglesia que busca vivir y llevar a cabo el mandato de Cristo que hemos leído en el evangelio de Lucas, debe ser: fuente de todo amor y, en consecuencia, en su testimonio esta llamada a vivir una vida marcada por el amor y a amar a sus prójimos como a sí mismos.
A Imitar a Jesucristo en todos los aspectos de la vida, con integridad, caridad, compasión y humildad, y a vencer toda arrogancia, condescendencia y desprecio (Gálatas 5,22).
Practicar la justicia y a amar con ternura, a servir a los demás y, actuando así, a reconocer a Cristo en el más pequeño de sus hermanas y hermanos.
Es así como, llenos de alegría escribiremos nuestro nombre en el Cielo.
Pbro. Juan Alberto Pérez Fernández