Con el objetivo de extraer una confesión a un habitante de Tabasco, en el año 2015, por lo menos nueve elementos de la Policía Federal lo torturaron ante su esposa e hijas, y para aumentar la angustia del detenido, también a ellas las torturaron, durante toda una noche.

Según la versión oficial de los hechos, el padre de familia fue capturado el 7 de noviembre de 2015, dentro de una bodega ubicada en el estado de Tabasco, en la que supuestamente se ocultaba droga y gasolina robada. Según esta misma versión, el padre detenido reconoció haber sido capturado en dicha bodega, y que era parte del grupo delictivo que ahí almacenaba productos ilícitos.

Sin embargo, luego de dos años de investigaciones, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos concluyó que dicha confesión fue obtenida bajo tortura y que las acusaciones formuladas en contra de este padre de familia fueron fabricadas.

En primera instancia, la CNDH logró ubicar a tres testigos presenciales no vinculados con los hechos, quienes confirmaron que este señor, junto con su esposa y tres hijas, fueron capturados el 6 de noviembre de 2015 (es decir, un día antes de lo afirmado por la Policía Federal), y no en la supuesta bodega de hidrocarburos, sino cuando se disponían a meter el vehículo familiar en la cochera de su vivienda, en un punto distinto de la entidad.

Según la reconstrucción de hechos realizada por la CNDH, con base en estos testimonios, y en la misma narración realizada por las víctimas, cuando los integrantes de esta familia llegaban a su domicilio, a bordo de su vehículo particular, fueron interceptados por los tripulantes de dos camionetas, una sin logotipos y otra con emblemas de la Policía Federal. De dichos vehículos descendieron cinco uniformados y tres personas vestidas de civil, quienes apuntaron a la familia con armas largas y obligaron al papá a subir a uno de los vehículos oficiales, sin exhibir ninguna documentación en la que constara la orden de captura.

Estos testigos informaron que los oficiales obligaron a la mamá y a las tres menores (de 1, 6 y 8 años) a permanecer dentro de su auto particular, mientras al menos tres uniformados ingresaban al domicilio de esta familia, para extraer diversos enseres domésticos, entre los que los testigos sólo alcanzaron a distinguir una carriola.

Según estos testimonios, la mamá fue vendada de los ojos y después obligada a bajar del auto familiar, a empujones, aún cuando llevaba en brazos a su hija de un año, y fue puesta a bordo de la batea de la segunda patrulla, mientras sus otras dos hijas entraban en pánico al ser obligadas a permanecer solas dentro del auto de sus papás.

Una vez en la patrulla, a la mamá le fue arrebatada su bebé por los mismos oficiales y fue sometida a un interrogatorio de media hora, mientras ella escuchaba a sus hijas llorar a poca distancia.

Luego, le devolvieron a la bebé y las otras dos niñas fueron puestas abordo de la misma patrulla. Los policías usaron las gorras de su uniforme oficial para cubrir la vista a estas niñas.

Así, ya con toda la familia detenida, los uniformados se alejaron en sus patrullas, además de que uno de los policías se llevó el auto familiar.

La madre de familia denunció que los uniformados los trasladaron hasta un lugar no identificado, a aproximadamente tres horas de distancia en carretera.

Se trataba de un inmueble dentro del cual introdujeron al padre de familia detenido, mientras que la mamá y sus hijas fueron puestas a bordo de un vehículo, estacionado junto a dicha construcción.

Según la narración del papá detenido, en ese lugar “fui torturado física y psicológicamente, amenazado y obligado a declarar (…) puesto que, si no lo hacía, iban a violar a mis hijas y a mi esposa, y las iban a tirar al río Grijalva”.

Como prueba de su dicho, este padre de familia exhibió las marcas que dejó en sus piernas, especialmente en una rodilla, la tortura física a la que fue sometido, y que, según su testimonio, incluyó golpes en todo el cuerpo, especialmente en genitales, así como asfixia, cubriendo su rostro con una bolsa plástica.

Por su parte, la madre de familia, a quien siempre mantuvieron con los ojos vendados, aseguró que, 10 o 15 minutos después de que llegaron a ese lugar “empezamos a escuchar gritos de desesperación y de dolor, demasiado angustiantes, reconociendo que el que estaba lamentándose de dolor era mi esposo. Por obvias razones, mis hijas de seis y ocho años se alteraron, comenzaron inmediatamente a llorar y a gritar desesperadas que era su papá, que lo dejaran en paz, que no le pegaran, que no había hecho nada”.

A sus llantos, luego, se sumó el de la bebé de brazos, por lo que “una persona del sexo femenino nos dijo que nos calláramos, que nos pegaría un tiro si seguíamos haciendo escándalo, y como pude abracé a las tres niñas y les dije en voz baja que no lloraran, que no pasaba nada, que pronto pasaría todo”.

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