El Papa Benedicto XVI reconoció, apelando a una metáfora bíblica, la existencia de “peces malos” en la “red de Pedro”, de “cizaña” en el “campo del Señor”, de pecado y fragilidades humanas en la Iglesia católica.

El pontífice hizo esta reflexión durante un mensaje improvisado ante unas 40 mil personas, congregadas en la Plaza de San Pedro del Vaticano para participar en una marcha con antorchas por las calles de Roma.

El desfile evocó la histórica manifestación realizada 50 años atrás, el 11 de octubre de 1962, para celebrar la apertura del Concilio Vaticano II, la asamblea que reformó profundamente a la Iglesia y la cual había sido inaugurada ese día.

“Cincuenta años atrás yo también estuve aquí en la Plaza, con la mirada hacia esta ventana, donde se asomó el buen Papa, el beato Papa Juan y nos habló con palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras del corazón”, dijo Benedicto XVI.

“Estábamos felices –diría- y llenos de entusiasmo. El gran Concilio Ecuménico había sido inaugurado; estábamos seguros que debía venir una nueva primavera de la Iglesia, un nuevo Pentecostés, con una nueva esperanza fuerte de la gracia liberadora del Evangelio”, agregó.

En plena noche romana Joseph Ratzinger se asomó a la ventana de su estudio privado, en lo más alto del Palacio Apostólico, como lo hizo Juan XXIII. El mensaje del Papa de 1962 es recordado como el “discurso a la luna”.

Cinco décadas después Benedicto XVI señaló que existe gozo en el corazón de los católicos, pero una alegría “más sobria” y “humilde” porque, en estos años, se comprobó que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales que pueden además convertirse en estructuras de pecado.

“Hemos visto que en el campo del Señor existe siempre también la cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro se encuentran también peces malos”, sostuvo.

“Hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando con viento contrario, con tempestades que amenazan el barco y alguna vez pensamos: el Señor duerme y nos ha olvidado”, apuntó.

Empero advirtió que esas situaciones negativas son sólo una parte de las experiencias de estos cincuenta años, tiempo en el cual se ha podido constatar también la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza.

Sostuvo que el “fuego de Cristo” no es un fuego devorador, destructivo, sino más bien, es un fuego silencioso, es una llama de bondad y de verdad, que transforma, da luz y calor.

“Hemos visto que el Señor no nos olvida. También hoy, a su modo, humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy y podemos ser felices porque su bondad no se apaga, es fuerte también hoy!” apuntó.