Jonathan Maldonado Hernández, sobreviviente del ataque armado contra normalistas de Ayotzinapa en Iguala en 2014, falleció el pasado 6 de mayo a los 32 años, tras una década de secuelas físicas, emocionales y sin recibir apoyo del Estado mexicano.

El joven, originario de Tixtla y egresado como Licenciado en Educación Primaria, murió en un hospital del Estado de México luego de presentar complicaciones derivadas del ataque en el que fue herido por policías y criminales la noche del 26 de septiembre de 2014. A raíz de ese hecho, perdió dos dedos y tenía esquirlas de bala en los ojos.

Heriberto Moisen González, presidente del Colectivo Nacional de Sobrevivientes del Caso Ayotzinapa, denunció que Jonathan vivió en total abandono por parte de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) y de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), pese a las solicitudes de ayuda que su familia hizo durante más de una década.

Durante sus últimos días, Maldonado fue internado en hospitales privados, ya que las instituciones públicas nunca le ofrecieron atención médica, rehabilitación ni acompañamiento psicológico. “Fue una cadena de padecimientos que concluyó en la muerte del compañero”, señaló Moisen.

Aunque intentó ejercer como docente, Jonathan nunca logró obtener una plaza a través de la Secretaría de Educación Pública. El rechazo y la falta de oportunidades laborales agravaron su estado anímico y contribuyeron al deterioro de su salud mental.

Compañeros lo recuerdan como un joven reservado, alegre y comprometido con la causa de Ayotzinapa. Siempre acudía puntualmente a ratificar declaraciones ante la Fiscalía General de la República, pero le resultaba muy difícil hablar del ataque.

En un pronunciamiento dirigido a la presidenta Claudia Sheinbaum, el colectivo de sobrevivientes reiteró que la mayoría de los estudiantes lesionados también fueron abandonados por el Estado. Solo tres han podido costear sus tratamientos. Uno de ellos, Aldo Gutiérrez Solano, permanece en estado vegetal.

El caso Ayotzinapa sigue marcado por el dolor, la impunidad y la desatención institucional, incluso para los sobrevivientes que vivieron para contarlo.