Lucia recuerda el miedo que tenía todas las tardes, cuando sabía que su marido iba a llegar de trabajar.

Ese miedo crecía casi al grado del pánico cuando sabía que su pareja se había ido de parranda y que llegaría borracho. La golpiza era segura.
Casi a diario había problema por todo, que la sopa no tuviera la suficiente sal o estuviera a la  temperatura exacta era motivo a que el plato volara hacia su cara. Que los pañuelos no estuvieran bien planchados, era razón para tener un ojo morado.

El recordar esa forma de vida la entristece. Ahora afortunadamente para ella el suplicio por las golpizas recibidas por su esposo solo un mal recuerdo, un recuerdo que duró 35 años.

Hace 28 años que murió su esposo y aunque con un poco de resentimiento, lo recuerda con amor, ese amor que no permitió abandonarlo.

Ahora doña Lucia está por cumplir 94 años. En sus tiempos de juventud ese era el modo de vida más común, pero a varias décadas de distancia, la situación no ha cambiado mucho para miles de mujeres, quienes siguen esperando con miedo a sus parejas que lleguen de trabajar.
 
Años de penurias

“Era lo más común, antes que capaz que se podría denunciar al marido, se hubieran reído de ti en un Ministerio Público. Lo único que podías hacer era escapar y con riesgo a que te encontrara y te fuera peor”, cuenta doña Lucia.
 
-¿Cuántos años sufrió de golpizas?

-Fueron por lo menos 35 años. Imagínate, desde mi luna de miel me dio mi primer golpe, se lo conté a mi mamá, pero ella me dijo que tenía que aguantarme.
 
-¿Alguna vez lo dejó?

-Como a los 10 años de casados, me dieron un trabajo fuera de la ciudad y aproveche para irme. Estuve oculta varios meses, pero finalmente me encontró, llegó muy cambiado y supuestamente arrepentido.

“Le creí que todo iba a cambiar, aparte lo amaba mucho, ya tenía dos hijos con él, así que decidí regresar, aunque mi trabajo no lo dejé aunque me lo pidió, con tal de estar con él, viajaba hasta 4 horas diarias ida y vuelta a Izúcar de Matamoros. Esos eran mis escapes”
 
-¿Y cambió?

-Unos cuantos meses, pero en su primera borrachera volvimos a lo mismo. Pero yo ya tenía trabajo, aunque lejos, me sirvió de mucho ya que estaba algunas horas tranquila. El miedo era al regresar, y sobre todo si estaba borracho, parecía que tenía el demonio adentro.
 
-¿Ahora como lo recuerda?

-Con mucho amor, porque aunque me pegaba mucho, siempre lo ame y no todo era malo, tenía sus buenos detalles que me enamoraron. También hubo mucho bueno.

“Aunque la verdad, cuando murió en 1981 descansé y desde entonces vivo mucho más tranquila”, dijo en su pequeño departamento al sur de la ciudad, el cual logró con años de esfuerzo y ahora vive de su pensión gracias al trabajo que se negro abandonar, como se lo exigía su esposo.

Ahora “precavida” buscó tener un lecho de muerte muy lejos de donde descansan los restos de su marido, comprando un lote en Valle de los Ángeles a varios kilómetros del panteón municipal.

Uno de miles

El caso de doña Lucia no solo pasaba en las décadas de los 50, 60, 70 u 80, ahora a mediados de la primera década del siglo XXI la situación es igual para miles de mujeres sobre todo en Puebla.

La primera alerta de una pareja golpeadora se da desde el noviazgo, sin embargo la gran mayoría hace caso omiso, aunque haya casos de adolescentes que llegan inclusive a ser quemadas con cigarro por sus novios.

América Soto López, directora del Instituto Poblano de la mujer, dijo que muchas jovencitas, usualmente de tercero de secundaria y de preparatoria, viven en una relación de violencia y de acoso psicológico donde les prohíben hasta hablar con sus amigos,  son cuestionadas a cada paso de que dan y por si fuera poco, llegan a pellizcarlas o a jalarles el cabello.

“Han llegado al grado de quemarlas con cigarro, a cortar alguna parte del cuello, incluso podría ser una pluma, pero sobretodo la sicológica es muy importante, el tenerla acosada permanentemente”.
 
La Puebla misógina

La violencia contra las mujeres no solo se da en casa, sino también en centros laborales.

Con ambas estadísticas, Puebla se convierte en el paraíso de los misóginos, al ser el segundo estado del país donde más se ejerce la violencia en contra de las mujeres.

De acuerdo con la más reciente edición del “Panorama de la violencia contra las mujeres en Puebla”, publicado por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), el 37.3 % de las 446 mil 112 mujeres ocupadas en el sector laboral sufren algún tipo de violencia en sus centros de trabajo.

Puebla sólo está debajo de Querétaro, cuya entidad tiene un porcentaje del 73.6 por ciento.

De las 165 mil 469 mujeres poblanas que reportan violencia laboral, 81% mencionaron ser víctimas de discriminación y 42.3 por ciento de acoso laboral; números por encima de lo que marca la media nacional, que son del 79.2 y 41% respectivamente.

El 38.6 % de mujeres afirmó que fue humillada, denigrada, ignorada o la hicieron sentir menos por ser mujer, un 22.8 por ciento le pidieron una prueba de embarazo como requisito para ser admitida en un empleo.

El 11.8% de las mujeres que participaron en la encuesta y que dijo ser violentada sostuvo que fue agredida físicamente, le hicieron insinuaciones o propuestas para tener relaciones sexuales a cambio de mejores condiciones en el trabajo, la manosearon sin su consentimiento, la obligaron a tener relaciones sexuales o tomaron represalias por haberse negado a pretensiones.