1. Llevo muchos años haciendo un ejercicio de opinión pública entre amigos y no amigos, todos vinculados con los medios impresos de comunicación. Unos de manera profesional como periodistas o académicos, o como lectores con relativo lustre. Pregunto si en caso de que tuvieran que irse a una hipotética isla desierta, en la que sólo tuvieran acceso a un medio de comunicación para estar medianamente informado, cuál se llevarían consigo. Ya sabrán las gesticulaciones de rechazo y las muecas de “no hay mucho de dónde escoger” y de “ustedes los periodistas...” Sin embargo, una cosa sí he sacado en claro en estos diez años: ninguno se llevaría El Sol de Puebla. He aquí pues una de las grandes contradicciones de nuestra contrahecha cultura democrática: se trata del periódico con mayor circulación, el que vende más planas de publicidad y el que goza de los mayores privilegios gubernamentales. Y si habremos de creer en mi ejercicio (que no tiene ningún valor más que el meramente personal), el que menos confianza genera, por lo menos en el sector en el que yo me muevo. La presumida ciudad de las universidades no ha sido capaz de crear lectores de periódicos con un mínimo de exigencia, para no decir de libros.

2. Mucha zozobra provocó ayer entre el gremio de los informadores de a pie que el gobierno de Rafael Moreno Valle convocara a dueños y directores de medios a una comida con motivo del Día de la Libertad de Expresión. La zozobra tiene su sentido. Primero porque se trata de una antigualla del viejo régimen, creado por los primitivos cacicazgos del priismo corporativo de mediados del siglo pasado, con los Ávila Camacho al timón. Vicente Fox —en un acto de brillantez inusual en él— la suprimió en su primer año de gobierno, junto con la entrega del Premio Nacional de Periodismo, por su significado negativo para la plena libertad de expresión. Segundo, porque si por algo se ha caracterizado el gobierno de Moreno Valle es por su actitud distante respecto del gremio y su quehacer de informar. Hasta pareciera que estamos en una de las democracias más maduras del viejo continente, en la que los políticos procuran el favor de los electores y los periodistas de los lectores, en la que ambos podrán ser compañeros de viaje, pero no socios. Y porque finalmente en el gremio todavía no acaba de disiparse la sospecha de que la promulgación de la llamada “Ley Mordaza” fue con el fin de inhibir el ejercicio de la crítica, cuando lo que realmente se precisa para consolidar la alternancia es de una ley que garantice los derechos de los periodistas y transparente la relación prensa-gobierno. Con reglas claras y universales para todos.


3. El patrimonialismo de la relación prensa-gobierno ha sido motivo de frases celebres. La más conocida es la de “no te pago para que me pegues” dicha por José López Portillo, entonces presidente, respecto de su pariente Julio Scherer García, el dueño de la revista Proceso, quien entonces exigía publicidad oficial para sobrevivir. Puebla también tiene la suyas. En los cafetines del portal, el decano Mauro González recuerda que por allá por los añosos 70, Pedro Ángel Palau, en un día como hoy, dijo que él no era “periodista de estómago agradecido”, por aquello de que no era considerado en los conciliábulos del gremio progubernamental. Con menos fortuna están las de ese personaje que es tenido como el causante de la fetidez del oficio por la penetración del dinero oficial en las páginas de los periódicos, y que concluyó con la creación de un país sumido en la desinformación: José García Valseca. Para defender su emporio de 37 periódicos distribuidos por todo el país de la amenaza de la radio, dijo que “el periodismo hablado vuela, el escrito perdura”.

4. Los periódicos fueron los hijos predilectos del régimen, y en algunos estados lo siguen siendo. Alguna vez Enrique Krauze escribió que la revista Proceso había contribuido más a la democratización del país que la reforma electoral de Jesús Reyes Heroles, mediante la cual los partidarios del comunismo pudieron organizarse en partidos y participar en las votaciones para los principales puestos de elección popular. A nivel nacional, la transición de los periódicos y la radio presidió a la alternancia política. En Puebla el proceso fue al revés. La alternancia de partidos llegó primero que la modernización de la prensa. Incluso luchando contra ella. El principal drama local es que hasta ahora ningún proyecto informativo ha tenido como principal protagonista al lector o al radioescucha, sino a los principales grupos políticos. Luego entonces, los dueños y directores actúan en consecuencia como soldados. Sin el menor reparo ético en la eventual opinión de los lectores. Ese drama alcanza a las más de 50 instituciones de educación superior en las que se imparte la carrera de periodismo, cuyo desempeño de sus egresados es de ínfima calidad. Otro dato que demuestre que los periódicos obedecen a intereses ajenos a los meramente de información, es que más de 90 por ciento de los medios son dirigidos por no periodistas. Que los periódicos vivan de sus lectores parece ser lo más elemental, aunque para llegar a ese punto de virtuosos se requiere de la participación de los gobiernos, porque a final de cuentas es deber del gobierno garantizar la información no sólo de los periodistas. Y ya se sabe que en general la televisión todo lo banaliza, en tanto que la prensa escrita legitima a los gobernantes.