El tributo más grande a la corrupción estuvo simbolizado por el Colegio de Bachilleres y su sindicato.
Lo que para efectos prácticos eran la misma cosa.
Hablo de las últimas dos administraciones priistas.
Tan fue así que Alberto Guerrero, sin ningún pudor, pasó de la dirigencia sindical a la dirección general.
Concluido su periodo al frente del Cobaep, estuvo a un tris de retornar a la cabeza del sindicato.
Pero para entonces aquella disparatada estrategia se volvió insostenible ante la opinión pública, así es que no hubo más que ordenar la capitulación de Guerrero.
Antes de abandonar el colegio para irse de candidato priista a diputado por Teziutlán, Guerrero ordenó en el sindicato la creación de la figura de “asesor general vitalicio” y se nombró a sí mismo en ella, para garantizar de por vida su control.
De aquel amasiato impúdico nació Refugio Rivas Corona.
Una hechura con escuadras del primero.
Pero hay que decir también que la culpa no fue del todo de dirigentes y directivos.
Mucho tuvieron que ver los gobiernos estatales que de manera deliberada hicieron de esa institución educativa la sede de una tupida maquinaria electoral.
La permanencia de funcionarios y sindicato no estaba en función de la innovación en los planes de estudio ni en los estándares de aprovechamiento escolar de los estudiantes.
Su legitimidad dependía de la capacidad de ambas instancias para promover y ganar elecciones para el PRI.
El personal académico no ganaba los ascensos en el aula, sino en sus ratos libres y fines de semana en la calle, distribuyendo propaganda y colgándola en los postes.
René Marín, hermano del señor gobernador, conformó su propio equipo electoral con lo más granado de la especie, con cargo al colegio.
Así fue como los afectos familiares se colocaron por encima de todo y todos.
No había poder institucional ni humano que los hiciera entrar en razón.
Los puestos administrativos se ganaban también mediante ese género de conciliábulos.
Fue como Abner Castelán Camargo probó en los altos mandos sin tener los más elementales méritos para encabezarlos, no obstante ser una buena persona.
La apoteosis fue cuando oficialmente se declaró la candidatura de Mario Marín al gobierno del estado.
Uno de los momentos más obscenos fue cuando Alberto Guerrero ordenó comprar una casa, dizque para hacer un centro cultural para la comunidad.
Los panistas en el Congreso del estado estaban moralmente impelidos a intervenir, pagaron el costo de un avalúo y demostraron que habían pagado más de 50 por ciento del precio real de la casa.
Como ahora, las fracciones en el Congreso no fueron más allá de un mero ejercicio de catarsis entre grupos parlamentarios, y todo quedó igual.
Maestros y alumnos con voluntad de destacar tenían que hacerlo de manera obligada en las filas del PRI.
Los que disentían de esas prácticas eran sometidos a escandalosas bajezas que rayaban en la indignidad.
Sin lugar en el PRI, por su mala fama, el año pasado Guerrero migró a la campaña de Compromiso por Puebla con la esperanza de retomar el control sindical del colegio.
Sin embargo, Rivas Corona, tan hábil como el otro, en cuanto tuvo el control modificó los estatutos sindicales y desapareció la “figura vitalicia”.
Acto seguido, desconoció al mismísimo Alberto Guerrero y cortó los apoyos financieros a su equipo enquistado en el gremio.
Hoy por hoy, Rivas Corona tiene de su lado a más de 96 por ciento de su gremio. No por su popularidad y liderazgo, sino en rechazo al retorno de Guerrero al colegio.
El gobierno, que tiene el control de la Junta de Conciliación y Arbitraje, me parece que leyó mal el mensaje.
Los trabajadores sindicalizados, que incluye a la mayoría de los puestos de confianza y los directores de planteles, no quieren a Guerrero de regreso.
Por lo demás, los trabajadores gozan del derecho constitucional de organizarse como quieran y con quién quieran, lo mismo en materia de participación electoral partidista.
El viejo corporativismo gubernamental ya no cabe hoy en día. Provenga del partido que provenga.

Chayo news
Elevo mi lamento y no tengo empacho en hacerlo público.
Leo en los periódicos que se va de vuelta el señor Norberto Tapia, sin que yo lo haya visitado.
No me refiero a su persona, sino a su oficina.
Cuentan los venturosos que tuvieron la fortuna de pasearse por allá, que el hombre tuvo la audacia de reunir en torno suyo al grupo de mujeres más apuesto que jamás se haya visto por esa dependencia.
Un gusto a todo lujo.
Y eso en mi caso, señores, es motivo de pesares.