¿Qué hacer con el campo poblano?
El gobernador Moreno Valle anunció las Ciudades Rurales para remediar la pobreza endémica que sufre ese sector.
En términos generales la idea no es mala. Reunir en un mismo sitio a miles de familias que hoy sobreviven desperdigadas por las faldas y crestas de los cerros, no suena mal.
Nadie que desde los escritorios de la burocracia se haya enfrentado al dilema de distribuir el desarrollo, con ciertos mínimos de equidad, objetaría el modelo de las ciudades rurales.
Se diría que es lo único que nos estaba haciendo falta para hacer de Puebla un modelo nacional y mundial de desarrollo agrícola, como ha sido anhelado desde el año de 1521.
Pero he aquí que salvo por el nombre, la idea de “reconcentrar” a la gente no es ninguna novedad.
Desde que los liberales gobernantes del siglo XIX se propusieron hacer de México un país de ciudadanos y pequeños propietarios, como sus entonces vecinos de los Estados Unidos, se enfrentaron al problema de la dispersión población.
Pero más que de dispersión, y como ha sido observado por los grandes, el problema de fondo de México es de inequidad social y de cultura.
En 1803, Humboldt señaló que “México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo, de la tierra y población (que en México)”.
Don Gonzalo Aguirre Beltrán, desarrolló el concepto de “regiones de refugio” para explicar la sobrevivencia de los indios. Los indios no se remontaron en los cerros por decisión propia, o por algún estigma de origen prehispánico. Los indios se fueron a los cerros huyendo de los encomenderos primero (Colonia), hacendados después (siglo XIX), y caciques en el siglo XX.
La encomienda era la asignación oficial de comunidades indígenas a un soldado conquistador. Fue la institución que ideó la corona española para pagar a los soldados y capitanes los servicios prestados durante la conquista.
El encomendero recibía del rey tierras, en general las mejores (así ocurrió con el marquesado de Cortés), y la mano de obra de los indios para trabajarlas.
(Porque, señores, no es cómo anda diciendo ese merolico de pueblo que también hace de subsecretario en Economía, de que “la riqueza la crea el empresario”)
A cambio los encomenderos se comprometían de palabra (que no de hecho) a catequizar a los aborígenes, pero en ese proceso de moralización, iba de por medio el “derecho de pernada”.
¿Que qué era eso?: la potestad del encomendero de tener relaciones primigenias con todas las doncellas del feudo.
(Alguien dirá que si aquel derecho hoy no fuéramos una sociedad cobriza)
He aquí el origen histórico de la dispersión y la excusión social que hasta el día de hoy perdura, aunque con nuevas formas de sometimiento y nuevos nombres.

Chayo news
Hay dos fenómenos en los que nadie ha reparado. Los dos son de origen externo.
El primero tiene que ver con el cambio del paisaje de los pueblos indios por la gracia de la migración.
El cambio no es cultual, es material. Las casas, por ejemplo, han dejado de ser de madera y palma para dar paso al cemento.
El otro fenómeno tiene que ver con los estándares de vida que en las últimas décadas ha alcanzado la clase política en general y gobernante en particular.
Ese cambio no tiene que ver con la migración de connacionales, sino con la renta del petróleo. Esa no ha cambiado la imagen del país, pero sí el estatus de los gobernantes.
Nota 1: De Huauchinango: de marca a marca, PRI y PAN se encuentran empatados, en el distrito número 1 que tiene por cabecera a éste.
Pero medidos por precandidatos, Carlos Martínez Amador aventaja a todos, priistas y panistas, con más de diez puntos de diferencia.
Llama la atención que la diputada Zenorina González Ortega sea bien vista para ese puesto.
Nota 2: El cuchillo espera, así es que si no hay cambios, por acá nos hallamos el próximo lunes, muy repuestito.