Hay un déficit ciudadano. Es una verdad de Perogrullo que no está en duda.
Muchos de los grandes problemas endémicos se deben justo a esa condición.
Las personas comunes nos quejamos: somos ciudadanos en el papel, no en los hechos.
A su vez, los gobernantes suelen culpar a la sociedad de apática, de no participar en los problemas generales que nos atañen a todos.
Y ante los grandes retos, como la pobreza y la marginación, los gobernantes son claros en decir que no pueden solos, que precisan de la participación de los demás.
A su vez, la gente común y corriente se queja de que el gobierno no la escucha.
Pero los más letrados, las clases medias, la llamada ciudadanía cultural, solemos quejarnos amargamente por la ausencia de mecanismos institucionales para hacer efectiva una verdadera participación política.
Desde donde podamos intervenir en las decisiones de gobierno.
Porque de eso trata la participación política, de ser parte de las decisiones que nos atañen a las mayorías.
Semanas atrás, y sobre el mismo tema, Federico Reyes Heroles escribió un ilustrativo artículo sobre la sordera gubernamental.
En el ámbito nacional, el secretario de Educación se llevó las palmas cuando acusó a los padres de familia de ser los causantes de la ruina nacional.
Pues los acusó de “no meterse a la escuela”, de quedarse afuera mirando.
Las declaraciones del señor Lujambio ocurrieron semanas después de que un grupo de especialistas en educación hiciera pública una carta en la que señalaban que el origen de todas las tareas de la educación nacional se encuentra en el monopolio sindical que ejerce el SNTE.
Pero la de los especialistas no era participación social, sino sepa Dios qué porque entonces el titular de la dependencia no dijo ni pío.
Hay que decir al respecto que lo dicho por los especialistas en aquella carta no es nada nuevo, pues eso mismo han dicho de la educación nacional los organismos internacionales de los que México es parte, como la OCDE y PNUD.
Es el estado reinante respecto de la llamada participación política de la sociedad común y corriente.
Por eso es importante revisar con detenimiento el Plan Estatal Sectorial de la Secretaria General de Gobierno presentado semanas atrás por esa dependencia y su titular, Fernando Manzanilla.
La Secretaría de Gobierno tiene como responsabilidad suprema mantener la armonía entre las personas, más allá de los lazos meramente afectivos.
La idea, su idea, es hacer de “Puebla el estado de la paz”. Pero ese no es un proceso a secas, instantáneo, de un día para otro. Precisa de nuevas formas de interacción política, como se explica en el documento.
Pero yo diría que habría que ir un poco más atrás y trabajar sobre una nueva cultura política, y esa cultura política no puede emanar más que de los procesos educativos, para lo cual se requiere de nuevos contenidos en la materia de civismo.
En el entendido de que los procesos culturales son de largo, muy largo plazo, al punto de que los especialistas hablan de cambios generacionales.
El programa sectorial de Paz Social y Corresponsabilidad lo integran cinco ejes: legalidad, gobernanza participativa, gobernabilidad, protección de la sociedad y eficiencia institucional e innovación.
Pero más allá de la enunciación de ejes la riqueza del documento está en el detalle de la información estadística que se ofrece para cada caso particular.
Por ejemplo, se afirma con datos de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social a 2010 que en Puebla existen 78 asociaciones sindicales y se detallan por número de miembros y orientación sindical.

A otra cosa
Mi gratitud para Enrique Núñez que, que sin ningún género condiciones, acogió esta columnita en las páginas de Intolerancia.
Mi agradecimiento a Ricardo Morales, el artífice de mi arribo al periódico hace cuatro años.
También a Cirilo Ramos porque nunca me dejó fuera, no obstante que siempre rebasé el número de caracteres indicado.
Pero, sobre todo, gracias a mis grandes cuates, “Toño” Machado y Jaime Torreblanca, los que siempre estuvieron pendientes de que la columna se escribiera, llegara a la redacción y apareciera al día siguiente.
Las satisfacciones fueron muchas, una de ellas fue la conversación con un tal Mario Martell, de dudosas credenciales morales.
A mis suspicaces lectores, en caso de tenerlos, les digo gracias, y que tal vez más adelante nos hallemos.