El reloj ha iniciado su cuenta atrás en las campañas de este domingo en Coahuila, Nayarit y Estado de México. La euforia que se vive en estas entidades durante días, contrasta duramente con lo que vivimos hace un año exactamente en Puebla.
Un año que dejó una resaca tremenda en quienes ya se habían embriagado de poder, antes de detentarlo. Un año que ha servido como tamiz, para ubicar quiénes fueron, son y serán leales, congruentes… confiables.
Muchas han sido las voces que días previos a la elección se tiraban al paso de Javier López Zavala. Hombres y mujeres de todos los sectores hacían alarde de su cercanía con él. No faltaban los que desde que amanecía hasta que anochecía estaban a su lado. Creo que hasta en el baño. ¡Qué patéticos!
Los candidatos a presidentes, regidores y diputados se solazaban llamándolo en altavoz cada que se les atravesaba el hijo.
Zavala era —en ese entonces— casi señor y dador de vida política para varios de ellos. Llegar a entronizarlo como candidato fue toda una charada porque ninguno de los priistas “distinguidos” demostraba claramente su compromiso con el candidato entronizado por Mario Marín.
Si bien es cierto que Zavala no era el aspirante más talentoso ni el más carismático de los muchos aspirantes que había, sí era —indudablemente— el que más se fajó para ganarse la candidatura.
Durante más de nueve años, Zavala subió y bajó por todos los rincones de la entidad. Armó y tendió puentes de comunicación con grupos enconados, tanto con el gobierno en turno como con otros grupos políticos.
Con un espíritu altamente conciliador, Zavala se ganó la voluntad de otrora líder moral del priismo en la entidad. A un año de la derrota, surgen los pitonisos jurando que ellos ya la veían venir. ¡Ja! Si eso hubiera sido cierto, por qué no se bajaron del caballo a tiempo.
El recuerdo de la rudeza empelada contra Zavala antes de su unción como candidato oficial y durante toda la campaña, evidencian no sólo el celo profesional que le tenían, sino el dolo y la mala leche con la que muchos de ellos actuaron para verlo caído.
Varios de los aspirantes que luego fueron sumados a su equipo de campaña como flamantes coordinadores en diferentes regiones de la entidad, gozaban de las bromas y los golpes bajos que mediáticamente impactaban en contra de Javier.
Otros —peores que estos depredadores del PRI— buscaban tanto la complacencia del candidato empoderado, que ya no sabían cómo hacerle saber que era lo máximo, el más fregón de todos los políticos poblanos.
Un asunto que fue drásticamente satanizado porque no había nacido en Puebla. ¡Como si los más de 23 años de su vida en la entidad valieran madres!
La insoportable tensión que se vivía entre melquiadistas y marinistas, evitó que la mentadísima unidad que tanto buscaba Alejandro Armenta se diera al final de la jornada electoral.
Las rémoras del piñaolayismo y del barttlismo, buscaron afanosamente cobrarse afrentas surgidas por su no inclusión en cargos relevantes en el sexenio marinista.
Junto a los voraces melquiadistas, dolidos por la poca identificación política con los proyectos marinistas, llevaron a que Zavala padeciera la peor de las traiciones.
Ningún priísta de cepa olvida el desayuno-burla ofrecido por los miembros del grupúsculo 24 de Mayo, donde protestó una comisión formada entre ellos, para coordinar y sumar esfuerzos a favor de la candidatura del priismo y de Zavala. ¡La perfidia estaba puesta en la mesa!
Todos ellos trabajaron pública y soterradamente también a favor de Moreno Valle, so pretexto de que Zavala no les había cumplido compromisos, tales como dar a varios de estos “distinguidos” priistas, la oportunidad de designar candidatos a presidentes municipales y a diputados.
Si bien es cierto no todos los que Zavala había considerado como sus posibles candidatos —palomeados por él y con la venía de Marín—, ello no significaba que una vez llegado al poder, los haría de lado.
Quienes no conocen a Zavala no saben que es un hombre que cumple sus compromisos. Tal vez no de manera inmediata, pero los cumple. Así lo demostró en el sexenio marinista. Así lo tenía considerado de haber ganado la elección.
Luego de la derrota —que a varios de sus envidiosos contrincantes fascinó— no faltaron los que de inmediato le rindieron pleitesía al nuevo Mesías de la política local.
Con el pretexto de haber sido compañero de gabinete en el sexenio melquiadista, gente como Jiménez, Meneses, Díaz Palacios y Carlos Arredondo retomaron su afecto y dedicación al gobernador electo.
Ya sabrá Moreno Valle si les tiende la mano sabiendo de su deslealtad partidista, o si se cuida de ellos. Aunque tiene derecho a contar con fontaneros de esos vuelos. En política siempre se necesita de alguien que haga el trabajo sucio.
Por supuesto que la derrota es huérfana, y a un año de distancia Zavala no ve la suya. Pocos le siguen con gratitud por lo mucho que le$$$ apoyó para estar donde están y tener lo que tienen hoy. Otros de plano se han hecho ojo de hormiga y ni la llamada le toman.
Olvidan que es un político joven y un excelente operador electoral. ¿Por qué entonces no ganó su elección?
Entre abyectos inoperantes y tranzas, traidores y simuladores de ala ancha, no había mucho que esperar. ¿Pecó de ingenuo? Si, absolutamente.
Y lo que es peor, no midió el rencor que su padre político había creado en su entorno. No adrede, pero sí real.
La vida da muchas vueltas y Zavala tiene mucho futuro todavía. Otros ya van de salida cronológica, y en el camino abundan los priístas que no piensan en bajar la guardia, por lo que seguiremos pugnando por la dignificación del tricolor, a pesar del entreguismo asqueroso de Lastiri y su runfla de lamebotas que lo acompañan.
Un año ha sido suficiente para aprender lecciones que sólo la derrota puede dar.