De qué manera se tiene que actuar cuando la vida te ofrece una corrección sin estilo. ¿Corrección sin estilo? ¿A qué rayos nos referimos? Si andamos buscando vericuetos gramaticales, seguro que no vamos a comprender el fondo del asunto.
Pero si nos vamos al estricto sentido etimológico de cada palabra, entonces sí que vamos a entendernos bien, específicamente cuando nos referimos a modificar una propuesta hasta enderezarla, entendiendo por “enderezar” aquello que percibimos “torcido” de origen. Con estas sencillas pero precisas consideraciones, podemos iniciar la colaboración de este arranque de semana.
Resulta una provocación hablar de trampas cuando ignoramos su mecanismo. Y no hay nada más perverso que caer en una trampa, máxime cuando ésta ha sido fríamente concebida y esperada, algo así como cuando te avisan que tu progenitor está al borde de la muerte, pero que con tu sola presencia las cosas podrían tener otro derrotero. Algo así es lo que estos días hemos estado viviendo, una charada en la que hombres y mujeres de todas las edades y estratos sociales vivimos alrededor del tipo que ha decidido ponernos la bota al cuello. No se necesita mucha ciencia para ubicar a quien nos referimos. Es más, su conducta apartada de toda ética y moral social lo han llevado a tener un lugar preferente en el salón de los tiranos. La gloria inicua de sus veleidades sólo ha servido de primer telón para cubrir sus terquedades.
Creerse una deidad y ofrecerse cual vil ramera a los dueños de las grandes ligas, denota ligereza de carácter y una evidente tendencia a la mitomanía. ¿Con que agallas se puede exigir respeto cuando se está a años luz de merecerlo?
Es de reconocerse la desfachatez y la voracidad con la que personajes de nuestra política local se mueven en este contexto. La ignorancia supina que los envuelve los ha dejado más expuestos que una caja de cristal, de esas donde no queda una esquina con sombra. Puebla mocha y levítica se encuentra rodeada de egos infinitos, de mediocres a ras del suelo, de mitómanos con delirios de grandeza de traidores estercoleros y de mafiosos arrabaleros que cobran caro los tres minutos de mala fama que se ganaron.
Esa es la clase de personajes con los que ahora nos tuteamos. Con esa pelusa revestida de hilo de oro y canutillo, ahora tenemos que convivir. Con esa punta de malparidos que gustan de fingir ser lo que no son, tenemos que lidiar si es que antes no nos llegan a desterrar. Lo más complicado del asunto tiene su origen en la pérdida del oficio político, en la determinación por no agachar la cerviz y en la postura erguida que podemos perder.
El regreso a las prácticas inquisitorias, al terrorismo implícito desde la federación, a la persecución absurda sin el mínimo respeto a ley son algunas de las prácticas más recurrentes de los gobiernos surgidos del PAN. Lo peor del caso es tener que confrontar a quienes se autonombraron correligionarios y amigos (¡ja!) para verlos convertidos en una jauría de perros hambrientos feroces. Esa es la realidad que ahora vivimos. Una realidad donde no hay lugar para hacer correcciones porque el estilo lo tenemos perdido.
Miente quien afirme que vamos por buen camino. ¿Cuál camino? Hoy como nunca se aprecia el desdoro y la denigración. Sólo los ciegos y los sordos no se percatan de esta verdad a pie juntillas. Pero mientras el león siga dormido, tendremos que velar armas y esperar unidos a que surja un nuevo rugido.
El agua ya nos llegó hasta el cuello, y con o sin representantes populares podemos hacer que se desborde el río.
Corrección sin estilo
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