La inseguridad sigue siendo un asunto, un tema y un problema que empieza a permear, repercutir y preocupar a más sectores sociales en el país.
Para el gobierno federal es su prioridad número uno, incluso por encima de los grandes costos sociales que nos puede acarrear la crisis financiera mundial, que ya se resiente en los bolsillos.
La administración del presidente Felipe Calderón Hinojosa tendría que apresurar el paso en su lucha y combate contra la delincuencia organizada, y deberá dar resultados concretos e inmediatos antes de verse atrapado por la coyuntura electoral.
Los ciudadanos que no viven en los estados del norte empiezan a resentir con fuerza los efectos colaterales de la espiral de violencia. Su enojo, preocupación y temor crecen, mismos que se pueden traducir en un rechazo a la política implementada por el gobierno y en un voto en contra del PAN para el 2012.
Los habitantes de entidades como Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León y Michoacán dicen que los cárteles, cuando se ven amenazados por la presencia del Ejército en las plazas que controlan, huyen se dividen y fraccionan para arribar a otros lugares. Se parten y multiplican, llegan a entidades donde nunca han estado y diversifican sus actividades delincuenciales. Es entonces cuando se incrementan los delitos como el robo, secuestro y otros actos de violencia física que le pegan de manera directa a cualquier ciudadano.
Ahí tenemos un ejemplo, o varios de los que hemos sido testigos. El más reciente es lo sucedido en el estadio de futbol del equipo Santos Laguna. Quienes pudimos ver el sábado pasado por pura coincidencia la desesperación y el pánico de los aficionados por la balacera fue porque le cambiamos de canal, pues la mayoría veía la final Brasil y Portugal.
Así pudimos observar cómo las masas se transformaban, corriendo por mero instinto de conservación y buscando cualquier lugar para protegerse de las balas que nadie sabía de dónde provenían. Escenas de película y tristes fueron las que vimos. Plantados frente al televisor fuimos testigos del miedo y la impotencia de todos nosotros ante una violencia irracional que circula ya con mucha velocidad por el país.
En Puebla tal parece que empiezan a llegar “malandrines” de otros estados para cometer sus fechorías y generar violencia. Los delincuentes o bandas locales parece que andan sueltos y muy locos, robando y metiendo temor entre la gente.
Cuando uno empieza a escuchar a hombres y mujeres comunes como el familiar de uno, la señora de la tiendita, el taxista, al vendedor, al “viene viene”, el taquero o al que vende jugos, sobre las noticias violentas en tal o cual lugar, entonces es señal de alerta social y el temor se empieza hacer presente entre nosotros.
El gobierno local hoy tiene la obligación de salvaguardar la integridad y la seguridad de sus gobernados. Debe ejercer la autoridad y el uso legítimo de la fuerza para enfrentar los delincuentes organizados y profesionales.
Un asuntito: Eduardo es un abogado egresado recientemente, le gustas las ideas políticas, ayer apoyó la alternancia en Puebla, anda inquieto, quiere titularse y hacer su maestría, pero le falta varo. Juega tandas pero ni así. Dice que le seguirá echando ganas a la vida.
En la actualidad alquila unas placas de taxi, medio la lleva, saca para sobrevivir, comparte la chamba con otro “camarada” para que se aliviane.
No se da por vencido, tampoco le gusta ser “gandalla”, cuando puede ayudar lo hace, como a veces se pasa de noble, se lo han llevado al baile. Ahora trabaja por las tardes en un micro, pues necesita juntar dinero para titularse, ayudar a su familia y tener su propio taxi.
Una noche de la semana pasada venía de regreso en su ruta, de pronto se subieron dos “cabrones” que lo inmovilizaron con una llave de lucha libre. Lo tiraron al suelo, lo amarraron y le robaron la cuenta, el estéreo y otras cosas. Eduardo no opuso resistencia —una vez lo hizo y lo picaron—, lo abandonaron en el microbús y huyeron bajo la sombras de la noche.
Nunca le había sucedido un atraco como aquel pero no se amilana. A pesar de ser abogado, no levantó denuncia, sabe que no harán nada y tampoco investigarán. Le sucedió cuando intentó litigar y sabe que para todo tiene que dar una feria en la “procu”.
Sigue trabajando, sabe que a muchos de sus compañeros los han atracado. Ahora los maleantes se suben a los micros y le dan baje al pasaje. Sabe que no pueden cuidarlos, anda encabronado, molesto y resentido. Conoce de la corrupción de los inspectores de Vialidad Pública, de las complicidades de los policías con mucha banda y le preocupa su país. Como están las cosas, sólo la quiere hacer y seguir trabajando para tener sus propias cosas.