Bernal Díaz del Castillo era un viejo de más de 83 años de edad, dicen sus biógrafos, avecindado en la ciudad capital, Santiago de los Caballeros en Guatemala y enterado de lo escrito y publicado por López de Gomára, quien no fue testigo ni participó, como si lo hizo el cronista castrense, quien por ello se decidió a escribir su Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, dedicando buena parte de su obra y buen tiempo en describir los acontecimientos tal como ocurrieron y más habiendo sido él testigo presencial y protagonista de los hechos; mucho tiempo utilizó y harto enfatizó en describir las cosas tal como ocurrieron y no como el tal Gomára escribió.
De ahí que hoy que tanto se hable de la imposible, pero muy jodedera prohibición de la fiesta de toros en nuestro país; que nos guste o no nos guste es fusión estrecha de sangre, manera de ser y costumbres de dos razas.
Los atacantes arguyen, discuten —que no es lo mismo que argumentar, pues carecen de eso— y recurren a tontería y media, disque defensores de la “no violencia”, cuando al diputado de la fracción Down del Congreso, que tuvo la “ocurrencia” que —no idea, Monsiváis dixit— de abanderarse con la supuesta prohibición. Ahora sabemos de su pasado personal, que tiene antecedentes de demanda ante el MP de agresión a golpes a su pareja. Y en su paso por la Cámara de Diputados destruyó a puntapiés la puerta de cristal de su jaula o cubículo en las oficinas del Congreso.
Tema éste del absurdo intento de prohibición, que no quiero tratar ni de “pasadita”, pues discutir es ignorar e ignorar es de estúpidos y necios.
Y a los defensores de la fiesta se les olvida citar la enorme relación, enorme ligazón, unión de manera estrecha entre nuestra historia nacional y el desarrollo y evolución de la fiesta brava en estas tierras, y hablando del hecho por demás transcendental del primer festejo taurino realizado y del que se tiene no sólo noticia, sino además registro documentado, se habla comúnmente de la fiesta del día de San Hipólito —11 de agosto del año de 1528—, fiesta que celebraba el aniversario de la consumación de la conquista, el rendimiento de la gran Tenochtitlan, además en celebración del día de San Juan, del de Santiago, éste de San Hipólito y el 12 día de Nuestra Señora de Agosto, por lo que se emitió la ordenanza para que “se solemnice mucho y se corran toros”.
Y un año después, el 11 de agosto de 1529, se ratificó la orden en los siguientes términos: “De aquí en adelante, todos los años por honra del señor San Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, que de aquellos se maten dos y se den por amor de Dios a los monasterios y hospitales”, refiere esto último a las carnes o al beneficio de su venta, naciendo así a la par los festejos y las corridas de beneficencia. Actividad que se realizaba en la Plaza Mayor.
Y éste es el hecho que todos refieren como Acta de Nacimiento de la fiesta de toros en México y por tanto en el Nuevo Mundo, hecho de gran importancia. Pero existe otro dato anterior que realmente es la primera referencia, la primera noticia documentada de actividad taurina en el Anáhuac, hecho que me limitó a citar de acuerdo con lo escrito por el propio capitán Hernán Cortés en su Quinta Carta de Relación de las enviadas a sus majestades y fechada a 3 de septiembre de 1526, en la que hace referencia a la noticia recibida de la llegada a estas tierras del juez Ponce, quien viene a promoverle juicio de residencia, dice a la letra: “Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero, llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas”. Se refiere a la festividad de San Juan, 24 de junio de 1526.
Así pues, el mexicano, lo mexicano, antes de serlo ya celebraba fiestas, festividades y otros regocijos con la fiesta de toros. No vengan ahora con encuestas, consultas y otras necedades. Ésta es la “Verdadera historia de la fiesta de los toros en México”.