La trágica falta de educación que padecemos en nuestro país trae consigo un desprecio monumental a la vida, a la salud, a la honradez, al respeto al prójimo, a la naturaleza y a lo que nos rodea. Todo esto, gracias a la gandallez, a la escuela de “el que no transa no avanza”, a la “el que pega primero pega dos veces”, al “primero yo, después yo y siempre yo”, al “no me enseñes a robar, nomás ponme donde hay”, a la de “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, etcétera.
Esto se presenta en nuestras encamotadas vidas como feminicidios, narcotráfico, corrupción, contaminación, insalubridad, inseguridad, falta de civismo, injusticia, temor, angustia, drogadicción y otras “chuladas” que se han convertido en una herencia grotesca y aberrante para nuestras futuras generaciones.
Desde luego que podemos encontrar culpables para cada una de estas desgracias, pero qué se puede esperar de un endeble servidor público —llámese secretario, director, supervisor, responsable, o lo que sea—, si éste tiene como credo de vida el “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” o “el que no transa no avanza”, por ejemplo.
Cómo podemos esperar que nuestras desgracias terminen si los “responsables” no tienen el chip de la educación que trae consigo la honradez, la justicia y el respeto… y lo peor, es que es tan grande su necedad que imaginan que el resultado de sus transas y corruptelas les brindarán una vida en familia, plena y maravillosa.
Hay otros refranes que han olvidado: “el que obra mal, se le pudre”, o “lo que siembras, cosechas” (y eso sí es neta).