¿Por qué todo mundo habla de lo mismo? Trabajadores, oficinistas, estudiantes, en la prensa, en las sobremesas de los domingos y días festivos, en los cafés y universidades hay un tema ineludible para cualquier sector mínimamente politizado de la sociedad, casi nadie puede dejar de conversar y debatir sobre un mismo hecho: la carrera presidencial, los controvertidos y muy gastados comicios de 2012. Y aunque esto pudiera representar el signo inconfundible de una ciudadanía crítica, despierta y difícilmente cautiva, temo decepcionar a mi lector adelantándole que se trata de todo lo contrario, de una contienda vaciada de sentido —y viciada del mismo—, definitivamente carente de todo contenido.
A lo largo de los últimos días el debate sobre lo complejo del caso se ha limitado a tres o cuatro líneas de acción:
1. La primera tendencia descansa en una condicional: si Andrés Manuel López Obrador, en un acto de sincretismo ha cambiado y se ha renovado “amorosamente”, entonces será capaz de unificar a las “tribus” de la izquierda mexicana, convencer al electorado de que no es “un peligro” para México y, eventualmente, lograr aquello que no fue capaz de hacer posible en 2006: ganar la elección presidencial.
2. La segunda “letra de cambio” tiene que ver con Enrique Peña Nieto, con sus nexos y aparente desprestigio al aliarse con Elba Ester Gordillo y el Verde Ecologista. Esta interpretación es de una inocencia inexorable, como si el Partido Revolucionario Institucional no tuviera su propia “mala prensa”, como si su figura no albergara un pasado capaz de desacreditarlo por completo.
3. La tercera es muy retrógrada. El registro de la candidatura de Peña Nieto, corporativo y con una “política de masas” digna de museo, llevó a afirmar —con excesiva nostalgia— la idea de un retorno del dinosaurio priista, “del monstruo de mil cabezas con el báculo y la espada” encarnado en la figura de un “bebesaurio”, de un heredero predilecto de una tradición orgánica y profundamente autoritaria. Casi nadie ha argumentado que toda esa parafernalia es parte de la misma estrategia.
4. La cuarta es de una sutileza peculiar. El Partido Acción Nacional ni se mueve ni se inmuta, el respeto por la normatividad electoral lo ha llevado a colapsarse por los propios términos de su “competencia” interna. No sabría qué clase de competitividad es esa pero, sin duda, se trata de una donde la equidad en los términos de la contienda brillan por su ausencia.
La mayoría de los debates y las notas existentes tras los mismos exhiben una completa banalización de la contienda, de las urnas y del proceso mismo. Nadie se pregunta ni toma posición, y menos aún lo correlaciona con el 2012, sobre el estado de los derechos humanos, la concentración obscena de la riqueza en unos cuantos, los millones de “ninis”, el desempleo y flexibilización de los derechos laborales, la suerte de 10 millones de indígenas en pobreza extrema, la corrupción creciente en el gobierno capaz de sabotear cualquier indicador de desempeño. Nadie lo hace, sólo hay tres alianzas y tres candidatos y “nada más”. No encuentro en el debate público la esperanza por ningún sitio. La contienda se ha vaciado de sentido.