Concluyó la última edición de la FIL, que por la muy cojonuda participación de Fernando Vallejo de seguro se convertirá en materia de referencia, junto con la conversación entre dos premios Nobel: Herta Muller y Mario Vargas Llosa.
Como resultado de ello podemos decir que es un hecho muy grato que la literatura como materia de estudio ha venido sonando fuerte en los medios. Y en tauromateria la presentación del libro Tauroética de Fernando Savater, acto de muy alto nivel magistral y académico por tratarse de quien se trata, efectuado el pasado domingo el aula de la plaza Las Ventas de Madrid a mediodía, estando junto con el filósofo —a manera de presentadores— el director de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, Carlos Abella y el cineasta Agustín Díaz Yanes.
Ante tan magnificente escenario Savater se avienta al ruedo de la abolición, escribiendo que la tal prohibición es “un recorte de libertad moral” y añade que: “Los parlamentos no están para resolver cuestiones morales. Podría, —dice, critica y propone— haberse instituido una regulación restrictiva, pero no prohibitiva. Se condena una de las morales en nombre de otra”.
El ardor que Savater observa en el bando contrario, o sea el de los taurinos, es el de considerar la tauromaquia como “una expresión eterna de no se sabe que esencia española”.
Pero Savater pone el dedo en la llaga al afirmar: “El símbolo de la corrida era de poder a poder cuando el toro bravo era una instancia temible. Hoy parece una vaca cabreada. Lo que no puede ser es bajar cada vez más el nivel, la degradación del trapío y la casta”.
Tal parece que aunque el libro se escribió, publicó y presentó en Madrid, se tratará de hacer alusión o referencia a lo que domingo a domingo ocurre y viene ocurriendo, aquí en nuestra temporada grande.
Lo que Savater afirma renglones arriba: “bajar, degradar la casta y el trapío”, eso es precisamente el gran mal que estamos padeciendo, o mejor dicho nos están haciendo padecer.
Y a este grave pecado no se le puede maridar lo hecho altamente ofensivo por el matador sevillano Manuel de Jesús, conocido por “El Cid”, quien llegó a la ciudad de México en el “alpargatas-flight” de Iberia el jueves ya noche, para descansar el viernes, y el sábado pasear por el zócalo, lo que él llamó la plaza mayor; la zona rosa y la monumental plaza México, cuyo albero no quiso pisar pues dijo lo haría el día siguiente, domingo, vestido de luces.
Así sin más, sin haber estado nunca antes en éste bendito país, sin ver, conocer siquiera su hermoso campo bravo, y sin haber tomado un capote de brega para sentir, ya no digamos la embestida de un toro, al menos de un par de vacas en labores de tienta.
Y lo más grave, después del fracaso en sus dos toros, ya en domingo en el ruedo y de luces vestido, para congraciarse con la afición o para poder llevar en la espuerta, mínimo, un par de peludas tal como era su intención y propuesta, decidió a nuestra usanza “anunciar uno de regalo”. Toro de regalo que nunca había visto y que no conocía ni en fotos, ya no digamos en los corrales.
Acción ésta de regalar un toro a sabiendas sus apoderados de que se trataba de un toro cuyas características no estaban acordes con la importancia de la plaza, pero: ¡Vamos, que no pasa nada! Y, eso pasó: ¡Que no pasó nada!
Savater se confiesa no ser “un verdadero aficionado a los toros”, sin embargo, acepta que “me gustaban Romero, Paula y Antonio Ordóñez... E ir a verles con los amigos”
Total, que lo ocurrido el domingo con esta verdadera burla a la afición capitalina y los conceptos vertidos por Fernando Savater, seguramente dejarán huella en los inquietos lectores, sobre todo entre los que se preocupan por cultivarse un poco y tratan de hacerlo leyendo, todo en términos de lectura ha tenido un colorario genial: ¡Bienaventurados los que leen!
Y desafortunados serán los que no leen, dígalo si no Enrique Peña Nieto, quien no fue capaz de expresar o sacar de su mente los títulos de 3 libros, 3 que hubiesen influenciado en su vida o su formación, por ello, mucha razón tiene Savater cuando sale en defensa de la ética, defendiendo sus “innegables valores artísticos” que sólo podrán saber apreciar en toda su valía quienes se preocupan por mejorar su cultura leyendo y así como resulta imperdonable que un aspirante a un puesto público de gran importancia se manifieste navegando con banderas izadas de ignorancia y confusión. Resulta también imperdonable que la gente que acude a las plazas de toros lo haga con ausencia de conocimientos y carente de información en cultura taurina, de ahí que la lectura de la Tauroética de Savater, resulte no sólo recomendable, sino indispensable. Se trata de un libro de sólo 90 páginas que puede leerse de un tirón.