José Mauricio Moret
Muy estimado matador:
No sabes el enorme gusto que me ha dado tu triunfo del domingo. Muchas cosas ocurrieron dignas de ser comentadas, por lo que te dirijo estas líneas. Creo que lo más notable a mencionar es tu actitud, sobre todo —y de manera importante— tu sonrisa de triunfador, misma que por la espontaneidad con la que expresaste el gusto y alegría por el anhelado triunfo —ya se te veía sonriente desde los primeros muletazos—, pues bien sabías lo que veías venir, quizá fue eso: la seguridad por tí demostrada lo que más molestó y despertó las envidias de los reventadores de sol, esos de arriba de toriles que, mentira que se esconden en el anonimato, pues de sobra sabemos quiénes son y de quién reciben su paga. De verdad que me da un gusto enorme que hayas despertado tamañas envidias, pues eso te coloca en el sitio privilegiado de los grandes, muy grandes, que son los únicos capaces de levantar envidias, desatar pasiones y dividir al público en los tendidos. Aunque, también —y justo es decirlo— al final, después de la segunda vuelta al ruedo, que fueron 2 vueltas 2, el público se manifestó acorde y la ovación final resultó unánime.
Un cartel definitivamente interesante el que conformaron los tres jóvenes con un mundo de posibilidades por delante, los tres con credenciales de toreros finos, con empaque. Tu toreo lució esplendido, señorial, principesco, no en balde, como príncipe venías vestido: de berenjena y oro, con remates y cabos blancos combinando con corbatín y faja negros que muy bien contrastaban con la camisa escarolada en tabloides.
Fermín Rivera, torero de dinastía, que también eso despierta envidias: de tabaco y oro con remates y cabos blancos, faja y corbatín verdes. Y Pedro Gutiérrez Lorenzo, otro torero de dinastía de las más queridas y apreciadas en la México, “Los Capea”: de salmón, oro y cabos blancos con faja y corbatas negros. Ambos lucieron en cosas interesantes, si bien olvidaron llevar bien afiladas las espadas. De tu primero, de nombre “Fuentespina”, no se puede decir que haya sido una “perita en dulce”, máxime que terminó tirando verdaderas tarascadas, pero aún así le has toreado bien. Lástima, mucha lástima de haberte ido en banda al entrar a matar. Creo que ahí estuvo lo que faltó para que hubiera sido tarde de consagración, la espada.
Con “Piamonte”, negro, jirón, estrellado, calcetero y rabí-cano la cosa empezó bien desde el gran “puyazo” de “Curro” Campos, quien citó de largo desde fuera de las rayas toreando bien con su caballo, para luego, recibir de largo chorrerando vara, cosa que poco se ve y aguantar, para soltar justo a tiempo y entonces vino, lo que vino. ¡Enhorabuena, torero! Y si bien en entrevista de esas de callejón tendido, alguien —muy respetable, por cierto— dijo que materialmente te emborrachaste de gusto por el buen torear, y que te perdiste. Lo cierto es que estabas bien, pero bien seguro de lo que querías hacer, lo que traías en mente. Tú mismo lo has reconocido en entrevistas que querías, buscabas el todo por el todo. De seguro vinieron a tu mete en esos momentos los concejos y enseñanzas del matador y amigo Pepe López Hurtado, quien siempre pregonó que las grandes faenas, las orejas y los rabos se cortan a lo puro macho; matando recibiendo y tal cosa intentaste. No hubo suerte. Y de ahí quizá el disgusto de algunos por habérsete entregado la oreja. La faena, bien lo valía.
Pero, ahora, a unos días de distancia debes estar tranquilo, que lo verdaderamente importante fue intentarlo. No irte tras la espada, sino esperar, matar recibiendo, en busca de la gloria absoluta. Dios no quiso que fuera así. Él sabrá cuando toca. Por ahora a seguir echando pa’lante, ya demostraste y convenciste a las mayorías que tienes con qué. Disfruta el triunfo, que bien merecido lo tenías y a seguirle.
¡Ya eres un torero importante! Y eso, eso es lo que de verdad importa.
¡Enhorabuena, torero!
Carta abierta al matador
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