La verdad, a mí me da “ñáñaras” meterme al periférico o al bulevar Atlixco. Pasan los mendigos vehículos, los camiones y las camionetas de lujo como si los viniera persiguiendo “el chamuco”.
El piloto más decente circula a 110 o 120, acompañando su veloz recorrido con “cerrones” y mentadas de madre a diestra y siniestra… ¿y los de Tránsito? Bien, gracias.
Estos señores aparecen (hasta cinco patrullas) únicamente cuando ya hicieron pomada a alguna nave en la pista; cosa bastante común, porque es la única vía rápida del país en la que uno tiene que incorporarse como pedo loco porque los accesos a ella desembocan a los carriles de alta velocidad.
¡Genial!
Lo malo es que sexenios van y sexenios vienen y todo sigue igual, mejor dicho: peor, porque cada vez hay más tráfico en Puebla.
Transitar por el bulevar Atlixco es aun más peligroso, porque los que vienen de Atlixco siguen conduciendo sus feroces máquinas como si el bulevar fuera una prolongación de la carretera de paga y para acabarla de torcer los señalamientos de los carriles del mentado bulevar casi desaparecieron; entonces los enloquecidos manejadores cambian de un carril a otro como si estuvieran manejando “carritos chocones” de feria… ¿y los de Tránsito? Bien, gracias.
Eso sí, el día que chocó una babas contra el auto de mi vecina en la 23, apareció un “comandante” a la velocidad de la luz para levantar el peritaje —sin ser perito—, y se llevó los autos al corralón sin esperar ni a la aseguradora de mi vecina. ¿Por qué? Porque la que chocó a mi vecina no tenía seguro, pero era cuate del “comanche”. ¿Y la ley, y los cambios, y el progreso de Puebla, y la honestidad? Bien, gracias.
Seguimos transformando a Puebla. ¡Ajá!