En plena justa electoral rumbo a la Presidencia de la República una pregunta resulta necesaria: ¿hasta dónde tiene sentido seguir contendido? Se trata de un cuestionamiento un tanto fútil para Gabriel Quadri; esperanzador para Andrés Manuel López Obrador, sumamente violento para Josefina Vázquez Mota, y tal vez preventivo o aparente para Enrique Peña Nieto. Desde luego la elección somos todos, la pregunta no podría estar dirigida exclusivamente a los candidatos, sino —también— a los protagonistas de la jornada: la ciudadanía, ese archipiélago amorfo y singular, aparentemente sumergido en un padrón nacional de alrededor de 77 millones de electores.
Afinemos entonces el sentido de esa pregunta: ¿para usted qué caso tiene la contienda presidencial? Desde los primeros minutos de la campaña hasta la fecha el candidato del Revolucionario Institucional se ha mantenido a la cabeza de las preferencias electorales. En promedio, entre “encuestas” que parecen sondeos y “sondeos” que casi pasan por censos, hay un rango entre 15 y 25 puntos de distancia entre la primera y las otras dos opciones más votadas. Parece, a juzgar por las apariencias, que la contienda se definió y que “la ciudadanía sólo acudirá a las urnas para respaldar lo que dicen las casas encuestadoras”. Evidentemente reproduzco una interpretación tan obvia como peligrosa que, por cierto, casi nadie cuestiona y que valdría la pena analizar con precisión.
Toda democracia supone “un espacio de indeterminación” —parafraseando a Claude Lefort—, se trata de una forma de gobierno pro tempore donde el poder se niega a situarse, a perpetuarse en un sitio determinado, “potencialmente es de todos pero de nadie por completo”. Si tomamos por cierto lo anterior, nuestra reflexión inicial vuelca en otra pregunta: ¿qué tan democrática es nuestra democracia cuando el resultado ha sido anticipado de antemano? Es decir, ¿qué caso tiene?, cuando hay tantos puntos de ventaja entre la primera y la segunda fuerza y tan poco tiempo como para que alguno de los contendientes en desventaja pueda invertir el resultado. No hay incertidumbre, no existe el componente activo de toda democracia, esto es gravísimo.
Siguiendo esa lógica algunos pudieran argumentar que la alternancia, es decir que el PAN pierda la Presidencia de la República terminaría por confirmar las tesis sobre la “movilidad del poder”. Desafortunadamente no es tan simple. Si ese escenario se cumpliera existiría una retrogresión, una suerte de “restauración” autoritaria, pues el PRI volvería a Los Pinos con una mayoría abrumadora de gobernadores y Congresos locales y con un inmenso margen de maniobra en San Lázaro. Recuerdo al entrañable Fidel Velázquez: “llegamos por las armas y nos van a sacar con las armas”, decía; a décadas de distancia me permito corregirlo: “salieron por los urnas y las urnas los regresarán”. Peña Nieto, tras su “copete seductor” y su marketing vanguardista está hecho de los viejos polvos populistas y corporativos de otros tiempos. Vuelvo a hacerle la misma pregunta, ¿para usted qué caso tiene la contienda —preciso— frente a elecciones sin opciones? El silencio es abrumador.
Sobre la restauración
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