Sevilla, segunda de feria, jueves 19 de abril. Las calles que desembocan en la Real Maestranza de Caballería estaban llenas. Los miles de aficionados se empujaban por avanzar. Las furgonetas de los toreros se estacionaron a dos calles de distancia de la plaza. Matadores y cuadrillas descendieron para llegar a la puerta de cuadrillas, abriéndose paso codo a cuerpo entre el gentío que les rodeaba y cerraba el paso.
Es en una de esas plazas donde la puntualidad es inefable y el clarín suele sonar cuando las manecillas del monumental reloj señalan la hora anunciada, dando inicio al festejó.
Pues en esa tarde de este abril, el paseíllo se retrasó durante cerca de un cuarto de hora, pese a que parches y metales ya habían llamado “a cuadrillas”.
La gente, los aficionados por miles que puntualmente suelen esperar ya ocupando sus localidades, querían —por esta vez— estar a las puertas de la plaza. La ocasión no era para menos: esperaban, querían ver llegar y tocarlos si era posible, a Juan José Padilla, de arena con recamados bordados en oro, cabos y remates blancos, así vestía quien se ha convertido en icono de la fiesta de los toros en el mundo; y a quien es ya también icono e ídolo en esa plaza, José Maria Manzanares, de azul pizarra con bordados en oro y remates en blanco. Con ellos llegó a la tumultuosa recepción Ale Talavante de tabaco y oro, también con remates albos.
Las ventanillas de las taquillas de la plaza lucían los letreros de “Agotado el boletaje”. Terminado el paseíllo, el aplauso fuerte, unánime llamó a Padilla a saludar en el tercio. El matador, descubierto y capote en mano llamó a sus alternantes a saludar con él. Ellos declinaron el honor, dejándolo sólo con el clamor y el cariño del aplauso.
Los toros de Victoriano del Río pusieron también su parte en el singular espectáculo y Manzanares desorejó a su primero al que despachó con estocada recibiendo y lo hizo también en el segundo al que mató de senda estocada cuyo planteamiento fue también de recibir, pero de ejecución soberbia, pues al detener el paso el toro, el matador se lanzó resultando un estoconazo que provocó comentarios que han dado la vuelta al mundo. Estocadón de antología no sólo de perfecta colocación y fulminantes efectos, sino de ejecución con una maestría llena de entrega y verdad torera.
Talavante destacó en su turno al quite del primero de Manzanares con una ejecución a base de “delantales” pausados y de mucho son, como todo lo mexicano, que tiene buen son. Padilla brilló en el tercio de banderillas de su primero, y resulta justo de mencionar la invitación que Manzanares hiciera a los miembros de su cuadrilla: Curro Javier, peón de brega y los banderilleros Juan José Trujillo y Luis Blázquez a salir a un muy merecido saludo en las rayas del tercio. Fue tal la euforia que al terminar de dar la vuelta al ruedo e irse a los medios, volvió a convidarles a compartir la cerrada y espontánea ovación.
El comentario de este puyazo viene porque dos días después —sábado, al inicio de la televisión transmisión de la siguiente de feria— al momento de arribar a la puerta de cuadrillas el galo Sebastián Castella, al ser abordado por los comentaristas y solicitarle su opinión sobre lo ocurrido en esa plaza dos días antes y que ampliamente hemos comentado, el matador francés, seca, austera y despectivamente contestó: “¡No estoy enterado!”
Esa tarde la corrida transcurrió sin nada importante que comentar. ¡Justicia divina! ante una actitud que no tiene nada de caballeresco, pues recordemos que ¡Lo cortés no quita lo valiente!