A sólo once días para que concluyan las campañas electorales de los tres principales aspirantes a la Presidencia de la República, la disputa será cerrada y entre dos: Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto, porque la candidata panista se ha quedado varada en un tercer lugar y piensa que la campaña termina en Navidad, con eso de que anda de “mochilona” y de cursi con su “cuchi cuchi”.
La postura serena, tranquila, ecuánime y sin confrontaciones por parte de López Obrador a más de uno lo ha sacado de onda, sobre todo al PRI-PAN, que ante cualquier situación buscan provocarlo y tratan a toda costa de dibujarle un rostro de violencia, con el objetivo de espantar a los votantes.
Peña Nieto anda nervioso y busca demostrar un liderazgo que no tiene, trata de seguir mostrando a los grupos de poder que lo apoyan e impulsan que sigue arriba, sin embargo aún no tiene nada ganado y las cosas se le han complicado más de lo previsto.
El G-100, o sea todos los grandes grupos económicos y políticos que han tenido el manejo del poder por décadas en México, están miedosos de la recuperación que tuvo en estos últimos días la campaña el aspirante de las izquierdas, no quieren ni les gusta que López Obrador ponga en riesgo sus grandes intereses hechos a costa del sufrimiento de la mayoría de los ciudadanos, prefieren que la gente siga endeudada con ellos, para seguirla obligándola a votar por ellos.
No es el G-20, compuesto por los hombres que dirigen las economías más fuertes del mundo, quienes se encuentran reunidos en Los Cabos para presuntamente encontrar las soluciones a la crisis económica que enfrentan algunos países europeos. Son el grupo de más de mil —por decir lo poco— que se han sumado para enfrentar a Andrés Manuel López Obrador. El aspirante de las izquierdas tiene que vencer las dos campañas de miedo que le han tendido los panistas y los priístas; unos con un asesor venezolano y otra con un español, como la única forma que han encontrado para derrotar a López Obrador. No es nada fácil enfrentarse a esta “guerra sucia” que por todos lados la vienen aplicando estos dos partidos aliados. Sin dejar de mencionar la publicación de encuestas que buscan generar un ánimo en favor del candidato priista.
En los pocos días que faltan las izquierdas tendrán que desmontar o enfrentar tal vez la última y más peligrosa de las estrategias de los azules y rojos, la más “gruesa” y complicada en términos políticos. Parar, denunciar y evitar que sigan operando en todos los estados con las necesidades de los pobres y marginados, además de revertir la coacción, inducción y obligación que llevan a cabo en escuelas, colonias, dependencia, municipios y todo lo que tenga que ver con los gobiernos.
Por supuesto que es “bien bonito” tomarse de la mano, gritar, emocionarse, agitar las banderitas, llenar plazas públicas, pero no es suficiente para ganar elecciones y más cuando se enfrenta a dos aparatos partidarios, electoreros, con maletas llenas de dinero y que están acostumbrados a ganar por las buenas o por las malas en los comicios. La legalidad, certidumbre, equidad y transparencia que tanto difunde el IFE les vale gorro. Ahora se tiene que detener la operación que lleva a cabo el gobierno federal con los programas de oportunidades y progresa, más aún por la forma en que están actuando en todo el país los promotores de Sedesol a través de los padrones de miles y miles de familias.
O las acciones ilegales, grotescas y burdas de los gobiernos del PRI que tienen bodegas repletas de enseres domésticos, láminas, tinacos, cobertores y otros utilitarios para que sean regalados en colonias, regiones y pueblos pobres a cambio de su voto.
Los operadores priistas y panistas andan como “loquitos” por todos lados, se han tecnificado; los viejos tiempos han quedado atrás, con computadora en mano revisan planos distritales, secciones electorales, levantan listas, revisan datos, “checan” secciones electorales, valoran datos y cifras de votos, revisan la presencia de la oposición y con hombres y mujeres promueven sus votos seguros. Sus delegados políticos nacionales, esos que se hospedan en hoteles cinco estrellas, que se creen los grandes “cabrones”, que les pagan todos sus viáticos y que reciben buenos sueldos de las autoridades gubernamentales, son los encargados de hablar con sus lideres, con los 10 mil generales, con sus candidatos y son los que “amarran las cosas malas”, los que hacen “tratos chuecos”, los que sellan compromisos y los que garantizan inmunidad e impunidad por no moverse u operar votos.
En los cuartos de guerra y en la dos elites, tanto del priismo como del blanquiazul, se mueven, hablan con quienes tienen que hablar, presionan y ofertan todo a cambio de recursos frescos para el último jalón. Se burlan, ríen complacidos y terminan coincidiendo los dos con una frase de perversidad: ¡ese… viejito no llegará!
Mientras el Panal, en las escuelas públicas de varios estados del sur y norte del país, con sus brigadas de maestros, levanta listas y en reuniones les dicen que hay que votar por Peña Nieto para presidente y por diputados con los de su partido.
Vicente Fox, obligado por su esposa Martita Sahagún de Fox, quien es su ideóloga de cabecera, trabaja y convence con recursos ilimitados a todos los panistas del Bajío y a quien se deje. Manuel Espino hace lo mismo con exgobernadores panista y con grupos excluidos de Acción Nacional.
Los empresarios hacen labor entre sus sectores, organizan cenas, convencen a sus universidades, grupos de beneficencia, filantrópicos, a sus clubes y envían mensajes desde sus organismos a todos sus socios para que voten por Vázquez Mota.
Rosario Robles, aquella mujer de la organización dura “línea de masas”, la enamorada del “Sub Marcos” o de Antonio Santos, exhistórico del CEU; fundadora del PRD, gran admiradora del Cardenismo y exgobernadora del DF, terminó su camino en la corrupción junto con Carlos Ahumada y hoy hace trabajo para Peña Nieto, no para el PRI, según ella.
Luego unos jóvenes del #YoSoy132 a su muy temprana edad, los han obligado a traicionar a sus propios “cuates”, para decir que AMLO está detrás de dicho movimiento.
Al anterior G-100, o más, es a lo que se enfrenta nuevamente López Obrador en este proceso electoral; la única forma de detener dicha embestida es aislando las campañas del miedo y diciéndole a la gente que salga a votar. Los coletazos están duros y se pondrán peor, pero habrá que vencerlos.