No sólo terminaron las actividades proselitistas de los tres principales aspirantes a la Presidencia de la República, también vale la pena subrayar aquí algunas reflexiones sobre estas elecciones, además con ellas finaliza un sexenio muy gris e incapaz de habernos puesto en otros mejores escenarios.
Se puede decir que con el proceso comicial de 2012 suman tres en esté siglo XXI en México, en momentos de grandes transformaciones y cambios en un mundo aún muy complejo para nuestras sociedades, bajo condiciones aún de una mediana calidad de nuestras democracias en América Latina, mismas que no terminan de consolidarse.
Las campañas del PAN y el PRI son de muy poca visión, fueron hechas para mirarse a sí mismas, muy regionalistas, de ambiciones grotescas y sus candidatos no mostraron los tamaños para mirar a otros horizontes. No están hechas para insertarnos —aunque sea un poquito— en el mundo como una nación que quiere avanzar, prosperar y ser moderna, menos aún somos ejemplo en Latinoamérica de un país con una amplia cultura democrática y con regímenes consolidados, plurales y tolerantes.
Sólo la izquierda pudo presentar un proyecto más amplio para insertarnos en un contexto internacional, en donde el país pueda ser ejemplo de desarrollo, sin corrupción y con plenas garantías legales para las inversiones extranjeras, el comercio y las buenas relaciones exteriores en un ambiente de paz y gobernabilidad.
Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota fueron más de lo mismo, ambos sostenidos por estructuras caciquiles, autoritarias y con el apoyo de sus gobiernos. Hoy, ninguna de esas opciones por sí sola ganaría una elección limpia, no están acostumbrados a competir por las buenas y legalmente, los dos tuvieron que recurrir a los grandes apoyos económicos de grupos de interés a cambio de compromisos y beneficios.
La campaña del PRI estuvo pensada sólo en el regreso al poder, nada los movió de ahí, fue su objetivo fundamental; los medios para llegar al él fueron lo de menos, 12 largos años sin su adicción política por todo lo que representa, fueron suficientes para un aparato partidario acostumbrado a existir el uno con el otro. Nunca se regeneraron, nunca se reformaron, nunca se criticaron, nunca cambiaron, nunca se arrepintieron de nada. Sólo esperaron el momento para “transformarse” y así buscaron un nuevo perfil, lo encontraron, distribuyeron su control político entre sus fuerzas regionales, se reagruparon y sus grandes patrocinadores económicos —hartos del panismo torpe y ambicioso— cambiaron sus fichas para apostarle a Peña Nieto.
Nada nuevo en la campaña del Revolucionario Institucional, son los mismos, nada más cambiaron de rostro, hicieron más chiquito su emblema partidario, cambiaron frases políticas, suplieron a los viejos priistas que hacían sus campañas por los asesores extranjeros. Las mismas mañas y formas se volvieron más sutiles, los mismos métodos del pasado los refinaron, el llenado de urnas fue sustituido por los promotores del voto, los sindicatos saben hacen su “chamba”, el reparto de despensas se incrementa, los programas oficiales trabajan a todo lo que dan y el dinero cae por todos lados. Trazaron su ruta crítica de cómo hacerse del poder en México, levantaron una campaña publicitaria bien hecha, no se movieron de su guión original, medio lo modificaron por coyunturas, tuvieron un “blindaje” mediático, las encuestas fueron su vanguardia ante su adversarios, la actuación de Peña Nieto ante su auditorio fue buena, como en una comedia.
Su discurso lo dijo todo, quiso presentarse como el centro de los dos polos opuestos a él, fingió e hizo los cambios de ritmo necesarios, sus llamados por la paz, la unidad, el orden y los últimos sobre sus votos libres e informados, lo pintan de cuerpo entero. La campaña de Josefina Vázquez Mota simplemente fracasó, no levantó y ante el desgaste de su gobierno, la crisis interna del PAN y la corrupción de sus miembros, es claro que perderán.
Ante estos escenarios inéditos en la vida política de nuestro país, estoy convencido que la única esperanza que nos queda es votar por Andrés Manuel López Obrador. Esta nación no aguantará por mucho un gobierno encabezado nuevamente por los panista o por los priistas.
Optar por la izquierda representa mirar hacía un mejor país y empezarlo a sanear porque lo han lastimado demasiado. La pobreza deberá ser abatida y la corrupción tendrá que desaparecer. La única esperanza que nos queda es votar con el corazón por el candidato de la izquierda, dejarle el paso al PAN o al PRI será profundamente triste y trágico para las nuevas generaciones.