Eso de “juventud, divino tesoro” ha quedado en el olvido, es pasado, a la juventud de hoy para nada les interesa o importa que les sigan diciendo que son la generación del futuro porque ni lo conocen, han dejado de creer en eso, prefieren vivir su tiempo y su vida. Sus problemas siguen siendo los mismos, sólo se han modificado, algunos han cambiado y las circunstancias son otras.
También enfrentan nuevos retos que antes les eran desconocidos, sus propias necesidades han cambiado de fondo, sus exigencias son diferentes, su visión del mundo es contestaría y sus identidades cambian con las nuevas tendencias sociales. Aunque su escala de valores se mantiene presente, muchos los han ido descartando; otros los actualizan según el momento que viven y mantienen los que les permiten sentirse bien, como la dignidad, la libertad, la lealtad y su congruencia.
Sus broncas diarias las liberan o comparten con sus “cuates” y entre sus “flotas”, lo mismo hacen las “chavas” entre ellas mismas, aparte de ir al “tugurio” u “antro” a cotorrear, los espacios universitarios también se convierten en testigos silenciosos de sus problemas emocionales. Los asuntos del amor y el corazón entre los jóvenes universitarios actualmente nada tienen que ver con las estúpidas historias de las telenovelas rosas, mucho menos con aquellos tiempos del amor sublime, eterno, puro y abnegado que vivieron sus padres.
Las relaciones emocionales entre los chavos responden hoy a otras necesidades que ellos mismos van marcando. Eso del amor es mera cursilería en estos tiempos, los modelos de conquistas amorosas son viejos y han dejado de funcionar para sus nuevos hábitos. Supuestamente se enamoran, se atraen, se gustan, desean a tal o cuál, se engañan, se traicionan y sus “truenes” de pronto suelen ser dramáticos o violentos. Las relaciones entre ellos son de poder, control y dominio, éstas tienen que ver con conductas machistas y de posesión. En las universidades es común ver o presenciar discusiones o agarrones de pareja en sus corredores o cualquier espacio, lo mismo que en sus propios círculos de intimidad con amigas o amigos, ahí en la complicidad juvenil, ríen de sus aventuras amorosas, disfrutan haber mandado al carajo a alguien, sus lenguajes son violentos, adquieren otros significados y sus relaciones emocionales transitan por otras vías que son difíciles de percibir.
Aquello de que los “chicos universitarios” son buena onda, amorosos, bondadosos y que siguen creyendo en el amor ciegamente es mera ilusión pasajera. Son “canijos”, individualistas, duros, “briagos”, interesados, machistas, racistas y discriminan. Obvio, no todos. Pienso que por su propia composición clasista e intereses socioeconómicos, los estudiantes de las universidades privadas son más dados a la violencia de género que los que forman parte de las universidades públicas. Además habría que agregar costumbres e identidades diferentes de muchos jóvenes que llegan de otras entidades, más los choques culturales y de estatus social que se presentan en sus campus y en las propias aulas universitarias.
Entre los asistentes (mujeres y hombres) de las universidades privadas existen comportamientos atípicos, extraños, hasta sus códigos de comunicación son diferentes. Viven en sus propios mundos y miden su existencia con el nivel económico que cada uno de ellos tiene, sus valores los representan el vehículo que manejan y la ropa de marca que usan. Son prepotentes, se sienten inmunes, imprescindibles, influyentes, soberbios y se tornan “insoportables”. Lo cierto es que ninguna universidad se salva de la violencia de género, física o psicológica. Tampoco de las broncas emocionales y sentimentales de los propios universitarios. El problema es entender y buscar alternativas que los ayuden y prevenirlas.
Sin embargo, en las instituciones publicas de educación superior, las clases sociales medias y populares son un equilibrio para que su propio tejido social sea diverso y mantengan una escala de valores que les posibilita respetarse mutuamente.  Aquellos “amores perros”, los de “rompe y rasga”, “los que no se olvidan”, “los que tardan en sanar toda la vida”, los que causan dolor y pasión, los rompimientos violentos y los que generan despecho, son el resultado de la falta de educación emocional.
Si en la Universidad Iberoamericana, caracterizada por su vocación jesuítica, defensora de los derechos humanos y con una vocación humanista en la formación de sus alumnos, creen que no pasó nada, están equivocados. La violencia entre parejas juveniles no es un tema exclusivo de alguna institución, en las universidades públicas también se debe educar en los valores, para evitar estos signos violentos que lastiman a los estudiantes. Hostigamiento sexual, problemas de género, violencia amorosa, intimidación, agresión visual, daños emocionales, presión psicológica, alcoholismo y presencia de adicciones son temas que conviven entre las comunidades universitarias. Además provocan “broncas” y hacen que baje su rendimiento académico, después truenan como ejote y dejan la carrera.
Según datos de la última encuesta nacional del Injuve, 75.2 por ciento de jóvenes entre los 15 y 19 años de edad han tenido un noviazgo. Por lo mismo, es una relación ampliamente difundida entre las y la juventud. Los chavos en situaciones de noviazgo hablan con sus parejas principalmente de temas personales e íntimos. Increíble, pero 83 por ciento son creyentes de la religión católica. Tampoco les gusta participar en agrupaciones sociales. En una edad de 20 a 24 años, los médicos son la institución a la que le tienen confianza con un 8.1 por ciento y a las universidades públicas con 7.8 por ciento. Los jóvenes de 15 a los 19 y de los 20 a los 24 años manifiestan en un porcentaje de 85.2 por ciento estar de acuerdo en “respetar a la gente con opiniones diferentes”, respetar las leyes y en votar. Sobre las redes sociales, el Facebook es lo que más les gusta para comunicarse y hacer amigos. En su tiempo libre lo utilizan para reunirse con sus amigos, salir con la pareja, ver televisión, hacer deporte y sólo 2.3 por ciento lo utiliza para leer.
Termino, hay datos sobre los chavos que no coinciden con la realidad que viven, sienten y perciben. Algo pasa con los jóvenes en México, aparte de que nos los sabemos escuchar.