Hoy no quiero hablar de los políticos y el submundo que habitan, no quiero hablar del hecho de que seremos representados por puros plurinominales que no elegimos nosotros. No quiero hablar del infinito valemadrísmo de los partidos y sus títeres. Vaya, no quiero hablar de estiércol.
Prefiero hablar de un hecho maravilloso y prácticamente olvidado o desconocido: me trae loco el volumen de sonido bestial que permite el alcalde de San Andrés Cholula en sus “antros” y que no me deja dormir —cuando en México existe un control estricto al respecto—.
No puedo ni siquiera imaginar que este hecho se pudiera deber a que al excelentísimo señor alcalde pudiese valerle madre la salud y la paz de sus gobernados, que sus gobernados no puedan dormir o que se tenga que joder a la familia que tiene un enfermo, aunque viva a dos cuadras de los “antros”. Y lo que puede ser peor: que el servidor público estuviese recibiendo algún tipo de dádiva, una jugosa “mochada” por permitirlo (¡líbreme Dios de pensar tal tontería!).
Esto me ha hecho reflexionar a cerca de la condición humana. Hemos olvidado que somos “seres musicales”. Todo en nuestra existencia es vibración: las palabras son vibración, la luz es vibración, nuestros átomos, todo nuestro ser es vibración… la música también es vibración, pero cuando se agrede al cuerpo con volúmenes de sonido tan estúpidos, la armonía de nuestro organismo se va a la mierda y empezamos a actuar como zombis, que es el estado en el que vibramos por el volumen de la “música” de los “antros”.
Ese volumen de vibración no tiene nada que ver con las palabras que escuchamos cuando éramos fetos en el vientre de nuestra madre… esas palabras, ese tono, ese volumen de vibración nos ponía en armonía y en paz.
A lo mejor a los “antreros” y a algunos políticos no les habló su madrecita.
… quién habla…
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