No es fácil arrancar de la memoria los malos recuerdos, porque nos lastimaron tanto que nuestro cerebro ha hecho hasta lo imposible por enterrarlos, y lo logra.
El problema es que los enterramos pero con vida. Es decir, en nuestra memoria esos malos recuerdos están enterrados vivos y saldrán de su entierro en el momento menos esperado. Es por esto que difícilmente podemos comprender por qué nos enoja tanto determinada palabra o determinada actitud de una persona a la cual queremos o que jamás nos ha hecho daño. Simplemente no llegamos a entender por qué nos cae en el hígado aquel desdichado que hizo o repitió (sin quererlo) la palabra o la actitud que despierta al fantasma “enterrado” en la memoria…Ni cuenta nos damos.
Me he preguntado una y mil veces por qué me pudren tanto la actitud del “noroño” si ni siquiera lo conozco. A la conclusión a la que he llegado es que cuando era niño (hace un resto) me llevaron al circo a ver un méndigo mandril que engañaba a todo el mundo con sus monerías. Te ofrecía un pedazo de fruta y extendía la mano para que te acercaras; cuando lo hacías, te meaba y te arrancaba tu helado o lo que llevaras… Era un méndigo mañoso hipócrita.
Hasta la fecha, detesto a los “noroños” por mañosos e hipócritas. Lo raro es que he perdonado a aquel mandril del circo, quizá porque ahora reconozco que algunos animales son más animales que otros.