Enrique Agüera lo sabe, y si no (puede darse el caso) por lo menos debe tener idea de que hacer una campaña no es sencillo, nada sencillo. No es fácil convencer a los ciudadanos, repetir una y otra vez el mismo discurso, caminar cientos de calles, tocar miles de puertas, acudir a estaciones de radio, dar entrevistas para la televisión y, por si fuera poco, tener siempre en el rostro una expresión de satisfacción y felicidad, que la mayoría de las veces es mera actuación política.
La calle no es la universidad, y el exrector de la Universidad Autónoma de Puebla empieza a enterarse. Vivir un proceso electoral sin el cobijo de la máxima casa de estudios, convenios publicitarios, el liderazgo sobre jóvenes estudiantes, que en el mejor de los casos hacen hasta lo imposible por quedar bien ante la autoridad que los dirige.
Su registro fue muy al estilo del viejo PRI, hay quienes dicen que hasta histórico por la cantidad de personas que logró reunir. Ese día pudo convertirse en el parteaguas del inicio de su carrera política pero no fue así. Su discurso y la poca empatía con los asistentes fueron evidentes, la pregunta es: “¿qué pasó?” Dicen algunos que, con tal de no enfrentarse a los intereses del gobernador Rafael Moreno Valle, Agüera cuidó de más su discurso, otros por su parte advierten que fue parte del cuidado que se debe tener como precandidato, sin embargo, la realidad es una: su novatez política fue evidenciada en su primer discurso ante miles de priistas, con quienes en primera instancia simplemente no conectó.
Enrique Agüera tiene —podría creerse— todos los elementos para convertirse en un buen producto y, con ello, quizá en presidente municipal de Puebla, pero para ello requiere urgentemente rodearse de personajes con la experiencia necesaria para enfrentar a los adversarios, personajes que conozcan los recovecos de la política callejera, esa misma que te lleva al triunfo o a la derrota en un proceso electoral. De aquellos viejos lobos de mar que, independientemente de las circunstancias, saben que para ganar una contienda no sólo se requiere popularidad y dinero, sino capacidad de aceptar que cuando no se sabe hay quien te hace parecer que sí.