Hace unos días fui testigo de un asalto con arma blanca, a una cuadra de la avenida Juárez, en la 5 Poniente y 15 Sur, a escasos metros de la Secretaria de Salud del estado. Un par de jóvenes atacaron a un conductor de un coche de lujo, quien hablaba por teléfono celular, con el cristal de su automóvil abajo. La víctima logró huir en cuanto tuvo oportunidad y, aunque fue evidente que le arrebataron su aparato telefónico, le aseguro que sabe que pudo ser peor. Es importante aclararle a usted, amable lector, que esta historia se registró a plena luz del día.
Siempre he defendido que en Puebla aún se vive en un estado de tranquilidad, en comparación con otras entidades del país, sin embargo lo sucedido este lunes en la capital me hizo hacer una pausa y recapacitar sobre mi frecuente discurso con respecto a la "paz con la que habitamos".
Ayer se registraron dos asaltos a mano armada, en donde por desgracia una persona perdió la vida y otras dos víctimas fueron perseguidas por los delincuentes. El atraco fue registrado en una de las zonas más exclusivas de Puebla, y por si fuera poco, con una afluencia tanto automovilística como peatonal que pareciera imposible que algo así sucediera sin que, además de todo, los delincuentes fueran detenidos.
Hoy Puebla parece ser otra. Frecuentemente escuchamos sobre asaltos, asesinatos, localización de personas desaparecidas, sin vida, aparentemente sin razón, y ahora también balaceras en medio de un centro comercial. Los índices delictivos van en aumento, y pese a que los gobiernos estatal y municipal se han empeñado en hacernos creer lo contrario, la percepción de los poblanos con respecto a estos es cada vez más preocupante.
¿Desde cuándo sucede esto en Puebla? ¿Qué no eran las historias que escuchábamos del Distrito Federal? ¿Acaso ya no podemos circular con el cristal abajo? ¿A qué hora hay que ir al banco o al súper o a la tintorería, si hoy los atracos ocurren entre las 12 y las 14 horas? ¿Ésta es la Puebla que merecemos?
Y aunque estoy consciente de que son preguntas sin respuesta, la realidad que hoy nos invade, para lamento de los poblanos, es que ni los premios ni los reconocimientos son un seguro de vida para nuestra tranquilidad como habitantes.
Ni hablar.