Cada vez que arranca una campaña, el debate se convierte en un elemento fundamental del discurso de los candidatos.
Unos para exigir debates diarios —si se pudiera—, otros para evadirlos y otros más para subir algún puntito haciéndose la víctima por no haber sido invitado.
En medio de ese obligado jaloneo, los candidatos arman tremenda escandalera mediática para intentar lucrar con el famoso debate, que termina siendo un fraude para quienes esperan un duelo de ideas y proyectos.
En esa larga preparación del debate aparecen de manera irremediable los siempre inefables coordinadores de campaña para intentar acordar las reglas del debate, discutiendo durante largas reuniones el formato, los temas, los tiempos y hasta el color y el tamaño del escote del vestido de la edecán, para terminar en el aburrido y acartonado encuentro de candidatos de siempre.
Al final de la historia, lo que acuerden Manzanilla y Alcántara —en su función de coordinadores— no cambiará en nada el rígido sistema de control en las participaciones de sus candidatos.

La sobrevaluación del debate
Existen números que demuestran que los debates son sobrevaluados por el círculo rojo, toda vez que menos de un 15 por ciento de los electores ven los debates y, de ese núcleo, la mayoría son partidarios de alguno de los contendientes, lo cual implica que son mínimos los puntos que puede ganar o perder un candidato por lo que suceda en un debate.
Para que se presentara una caída considerable en un debate municipal, se requeriría de un error colosal de alguno de los candidatos, el cual debe ser muy bien repercutido en redes sociales para poder magnificar el yerro.
Lamentablemente, el formato de los debates disminuye las posibilidades de un serio tropiezo de alguno de los contendientes, lo que provoca un menor interés de la masa electoral en estos encuentros.
Los norteamericanos, como maestros de la mercadotécnia, dieron los primeros pasos para romper con los formatos que aún prevalecen en México, lo cual ha generado teleaudiencias superiores a las de algunos eventos deportivos reconocidos por sus altos ratings.
Mientras eso no suceda en México, nuestros debates seguirán siendo un remedo de lo que cualquier ciudadano quisiera de quienes aspiran a gobernarlos.
Y conste que no estoy pidiéndoles sangre, lo único que yo esperaría es escuchar una seria discusión sobre los temas que nos preocupan a los poblanos.
Lamentablemente, años deberán pasar antes de ver un digno y real debate entre candidatos.
Se los firmo.