No es fácil imaginar —y mucho menos aceptar— que nuestra mente vive siempre en el pasado: es la única forma en que puede intentar adivinar el futuro, cosa a la que raramente le atina y que irónicamente le llamamos lógica. Cientos de estudios demuestran que más del 80 por ciento de las cosas que pretendemos predecir jamás suceden, y si llegarían a suceder, nunca sucederán tal y como imaginamos que sucederían. 
La bronca no se resume en el hecho de que estemos haciéndole al adivino inconciente todo el tiempo, sino también en que nuestros pensamientos influyen en que las cosas sucedan y en la forma en que podrán suceder: es como de locos, ¿no? 
Esto quiere decir que si soy un méndigo naco incivilizado, rata, hipócrita o un insensible narco, o un simple y llano huevón, es porque la semilla de esta triste situación proviene de mi golpeadísima memoria, de mi recóndito pasado, de mi más tierna infancia —de la cual ni soy culpable—. Esto quiere decir que, para bien o para mal, mis parientes más cercanos, mis primeros amores, han dejado en mí los cimientos de cómo hoy pienso y actúo.
Ahora bien: es posible que mi papá haya sido un irredento huevón o que mi tío haya sido un meganaco y, sin embargo, yo no sea ni una cosa ni la otra. De cualquier manera, vale la pena buscar en el cajón de nuestros más tiernos recuerdos por que, de seguro, ahí sobrevive la imagen de alguien que fue muy parecido a lo que hoy soy. Los niños todo lo interpretan a su manera… piénsalo.
Sin duda tenemos una responsabilidad “cahuama” frente a nuestros hijos y ante las generaciones de jóvenes que nos rodean… Hoy es imposible encontrar a un joven que le ceda el asiento a un anciano y el agandalle y la corrupción es lo de hoy. ¿Por qué crees que estamos como estamos?