El diputado Severo Bales Unapura se enteró de la forma más inesperada que su progenitor había sido un lechero hepatítico. Su madre, Rosalía, lo abrazó tiernamente y le dijo: “Hijito, basta de hacerle al ‘babas’, ve en busca de tu buena estrella”.
“Cocoy” lo salpicó con buches de sotol por todos lados, le rompió un foco de 100 watts en la nuca, le colocó un collar de semillas de zapote ensartadas en tripas de ajolote y le sentenció: “Severo, cuídate de las subidas y bajadas… tepishkus katli ollin acaguas”. 
Las palabras de “Cocoy” me estremecieron porque “Cocoy” nunca hablaba por hablar. Le di un apretón de manos a Severo y le desee suerte en la búsqueda de su “buena estrella”.
Severo había oído hablar de la existencia de una gran estrella que brillaba en Puebla, así que emprendió el camino en busca de ella. Ya en Puebla, alquiló una “bici” y, con todo y mochila, inició su peregrinar hacia el Hospital del Niño Poblano; pedaleó hasta llegar al camino que lo llevaría directamente hasta la gran estrella. 
La subida del camino era penosa y mortal, sudaba como marrano pero, a pesar de eso, Severo veía estas penurias como una santa peregrinación. Él se sentía como si estuviera en la Ruta de Santiago, en Compostela. A la mitad del camino, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, vislumbró a lo lejos la bajada que lo llevaría hasta su estrella. Pedaleó con las pocas fuerzas que le quedaban sin darse cuenta de que, con la inclinación de la bajada, había agarrado una velocidad de locos. Nervioso y confuso, pegó un méndigo “enfrenón”, tan fuerte que salió volando hasta el techo de un puesto de papas que estaba al lado de la ansiada estrella. 
Penosamente se arrastró hasta llegar a la base de la reluciente estrella, sacó el “pico” que traía en su mochila y empezó a “partirle el queso” al pavimento. Casi de inmediato llegaron cuatro matalotes uniformados y le pusieron tremenda “madrina”. “Loco %&•$&•%%$&•/&%, ¿pa’ que rompes el concreto?” “Estoy buscado el tesoro que está debajo de la estrella”, repuso Severo. “Qué tesoro ni que las hilachas”, replicaron. Severo les contó que su madre, Rosalía, le había dicho que buscara su “estrella, porque debajo de ella encontraría un gran tesoro”. El matalote con cara de neandental dijo: “Déjenme romperle su madre a este $%(/&&% orate”. 
Uno de sus compañeros se conmovió frente a la situación de Severo que, en ese momento era la viva imagen del Señor de las Maravillas: “Mire, joven —le dijo—, sí hay un gran tesoro debajo de esta maravillosa y hermosísima estrella, pero el tesoro sólo les corresponde a aquellos que la hicieron realidad, son seres muy especiales que viven felices en el Olimpo gracias a su tesón e inteligencia singular”. “Entonces yo ya valí madres”, repuso Severo. “No sólo tú, sino un friego más de gente, de nacos, dijo el piadoso matalote.
“Y yo que quería comprarle comida y medicinas a la gente de Zacatelkito”, murmuraba Severo, mientras lo lanzaban como bulto de cemento pa’ dentro de la patrulla.
(Continuará…)