La cena en casa de “Cocoy” había estado de “peluche”, la cecina, los frijoles refritos y la talaydas con café de olla eran el sueño dorado de cualquier gourmet. Rosalía me sirvió un arroz con leche de pronóstico. Para variar, el maldito gato de “Cocoy” se acurrucó debajo de mi silla, eso fue lo único que me tenía nervioso.
“¿Qué opinas de la lucha patriótica, coherente y civilizada de los del CENTE?”, me preguntó “Cocoy” con un tono francamente de pitorreo. 
“Yo estoy seguro que su manifestación patriótica se ha ganado el respeto y el cariño de la gente, sobre todo el de los padres de familia cuyos hijos se han quedado sin clase, las familias que han muerto o que se han agravado por no acceder a un hospital, los cuates que han perdido la chamba, los que no pueden transitar por su ciudad, de seguro sienten una gran simpatía por el CENTE”, repuse con sorna.
De pronto, una de las paredes del comedor se empezó a teñir con sangre. “Cocoy” pegó un brinco que hizo que el infeliz gato volviera a salir corriendo… Lo impresionante del hecho es que la sangre empezó a formar palabras en la pared: “Paaadierna”, “Bejjat-anoo”, “Ensim-ass”, “noroos todos”, “looopzzz”. Y luego apareció dibujado una especie de billete. 
Obviamente yo no entendí nada, pero “Cocoy” sí, pero no me quiso decir nada. “¡Trae un trapo!”, le ordenó a la dulce Rosalía. Limpia el mugrero que pintó tu ex, ‘Pito’”, reafirmó “Cocoy”. Rosalía limpió la pared y se retiró del comedor sollozando.
“Ya me tiene hasta la madre el mentado Agapito (Pito), no quiere darse cuenta que ya ‘estiró la pata’ desde hace un buen”, conectó “Cocoy”. “¿Y no puedes hacer algo para que su espíritu ya descanse en paz?”, pregunté. “Sí, ya sé lo que tengo que hacer”, respondió. “Cocoy” salió del comedor y regresó hasta mí con una canasta con huevos. “¿Y esos huevos”, pregunte. “Son pa’ dárselos a Mancera y a los diputados”, dijo. “No creo que debas hacerlo”, repuse: “no ves que no quieren que vaya a haber sangre en el DF”. “¿Quieres más sangre, quieres más sangre de la que le han sacado al país entero, a la economía, a los ciudadanos, a la niñez de México, a su historia, a nuestro futuro?”. No supe qué contestarle, no me quedó otra que hacer como que acomodaba los huevos de “Cocoy” en el canasto. Me di la vuelta y me salí a caminar al jardín, levanté la mirada al cielo y recordé cuando la política era una profesión respetable, cuando existía un poco de respeto por la patria… Uta, qué tiempos aquellos. 
A lo lejos, los árboles levantaban sus verdes enaguas para proteger a los pájaros en sus nidos. Las nubes tenían un gris mortuorio y el viento había dejado sin flores al naranjo de Rosalía.