La versión oficial sobre los 120 disparos impactados en la fachada de La Patrona puede ser presentada como la calentura de unos clientes que, iracundos por no haber podido entrar al antro, sacaron sus armas para darle un escarmiento a los cadeneros del lugar.
Con tal de seguir con el cuento de que las acciones violentas son hechos aislados y que en Puebla no operan los poderosos grupos del crimen organizado, se puede entender la versión oficial, pero la realidad es que en Puebla cada vez son más evidentes y constantes los eventos como los de la madrugada del viernes en plena avenida Juárez.
Y es que el hecho de que unos sujetos hayan rafagueado un antro en una de las avenidas con mayor vida nocturna de esta ciudad demuestra que hay gente que convive entre nosotros con sus cajuelas cargadas de armas de alto poder, sin que nadie las haya detectado.
No estamos hablando de que un borrachín se enojó en el table y que fue a su carro por su pistola y les vació el cargador en la fachada; estamos hablando de más de 100 disparos con rifles de asalto AK47 y R15. Sobra decir que son las armas preferidas por el “narco”.
Lo sucedido en La Patrona pudo ser un aviso para el antro o un mensaje para alguien que se encontraba en el interior, o un aviso entre grupos.
Es evidente que los agresores no buscaban ejecutar a nadie porque estaríamos hablando de una barbarie. Pero de que no eran clientes comunes y corrientes, eso es irrefutable.
Lamentablemente, la plaza parece estarse calentando y eso es lo verdaderamente grave.
Si la autoridad lo quiere minimizar para no alarmar a los poblanos, allá ellos.
Pero creo que es mejor que estemos conscientes de que hoy viven entre nosotros. Conviven. Son nuestros vecinos. Comen en los mismos restaurantes. Toman en la mesa de al lado. Con la única diferencia de que en sus cajuelas cargan verdaderos arsenales.
Los curas de El Parral
Hace más de 35 años llegó a Puebla un grupo de tres sacerdotes de la orden de los Carmelitas, se les asignó el templo del Sagrado Corazón, mejor conocido como “El Parral”. Ellos decidieron que no iban a tocar el dinero de las limosnas, sino que buscarían empleos para atender sus gastos y el dinero que ingresara en las alcancías o en las misas sería para la gente necesitada.
Los religiosos se emplearon como bibliotecarios, como académicos en la Universidad Autónoma de Puebla y en otras instituciones educativas, para que el dinero de las limosnas se utilizara en su totalidad para apoyar realmente a los pobres.
Eran de esos personajes de los que uno duda su existencia.
La fama de los tres sacerdotes creció a tal grado que la ultraderecha decidió que eran sumamente incómodos para la tradicional Iglesia que ellos controlaban, por lo que aprovecharon la visita del papa Juan Pablo II a Puebla, el 29 de enero de 1979, para acusarse y denunciar que en Puebla había tres curas comunistas, que no los querían en este lugar y que se los llevaran o suspenderían los apoyos.
En respuesta, Juan Pablo II instruyó al arzobispo Rosendo Huesca para que los reprendiera y los quitara, pero al ser miembros de una orden y no estar tan de acuerdo con la petición, salomónicamente optó por recurrir al superior de la orden Carmelita, quien los removió ante las presiones de la ultraderecha poblana, para que no “contaminaran” a la sociedad.
El destino de los tres sacerdotes fue el siguiente: uno vive en la sierra de Guerrero atendiendo a comunidades marginadas, otro abandonó la orden y un tercero es investigador en la Universidad Autónoma de Puebla con dos doctorados.
A 35 años de los hechos, la Iglesia en Puebla inicia este lunes el quinto Sínodo después de 60 años de no realizarse y entre los temas que se abordarán en este año están la evangelización, la familia y el mismo tema que preocupó a aquellos tres sacerdotes: “los pobres”.
Vaya ironía.