Aprovechando las ventajas que me otorga el hecho de que Mario Alberto Mejía publique su columna desde la noche anterior, me puedo dar el lujo de abundar en el tema principal de su columna publicada en Sexenio.
Permítanme transcribir lo que hoy —en medio de su ironía y buena prosa— escribe el quintacolumnista sobre los suspiros del senador Barbosa.
 
Es de lo más discreto.
Engaña a todos.
Su producto electoral es de primera.
Y algo más:
Se acaba de ganar un gran lugar gracias a una situación de salud totalmente impensable.
En efecto.
Es senador de la república y muy probablemente –si Cabalán Macari no se le cruza- será el próximo gobernador del estado de Puebla.
Su nombre no podía ser otro: Luis Miguel Barbosa Huerta, líder de los senadores perredistas en la Cámara Alta.
Nuestro personaje guarda en su corazón una promesa: la que le hizo el gobernador Rafael Moreno Valle cuando corrían los días difíciles de la elección de 2010.
Ahí se selló el pacto.
Y desde entonces no hay día en que el senador Barbosa no lo recuerde.
Por eso –faltaba más- busca con ahínco a Andrés Manuel López Obrador y a todos los personajes de la izquierda.
Su fin es uno.
Uno solo.
Uno solo: pequeño, intrascendente.
Un fin que sólo dura un año y ocho meses.
Veinte meses apenas.
Menos de dos años.
Lo suficiente como para partir de cero.
Lo suficiente como para morirse en paz.
De ahí se entiende que cada vez que puede recorra el estado entero.
Pueblo por pueblo.
Alma por alma.
Juan Rulfo no podría escribirlo mejor.
 
Al respecto, quiero retomar un fragmento de mi columna del 5 de agosto del 2013, para poder tener un mejor contexto de lo que sucede en torno al legislador perredista.
 
¿Barbosa gobernador?
Aunque pueda parecer un mal chiste, la realidad política de Puebla, a partir de la reforma electoral aprobada hace dos años por los legisladores locales, nos deja entrever la posibilidad de que hasta un personaje como Miguel Barbosa pudiera ser gobernador en la elección de 2018.
Antes de reírse, permítanme explicarlo.
Tal y como lo he citado en anteriores columnas, los obedientes diputados que conforman la actual Legislatura aprobaron empatar la elección de gobernador con la de presidente de la República, perdiendo la independencia que requieren los comicios locales.
En esa lógica, la dinámica de los medios nacionales y el poder financiero de los candidatos presidenciales crean una inercia que en un descuido puede hacer gobernador a cualquiera.
Recordemos que en 2012 en Puebla ganó el candidato perredista Andrés Manuel López Obrador, por encima de Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota, y aunque un trabajo de alquimia gubernamental permitió la noche de ese domingo revertir algunas diputaciones y hasta las senadurías, la realidad es que el voto de la izquierda puso en entredicho al PRI y al PAN.
Anticipándonos a los hechos, tendremos que los tres candidatos a gobernador dependerán en gran medida del potencial de sus abanderados presidenciales.
En una elección en donde uno de los aspirantes a gobernar desde Los Pinos tome una clara ventaja, el candidato a gobernador por ese partido tendrá claras posibilidades, así sea del PRD.
No es descabellado pensar que Marcelo Ebrard o Miguel Ángel Mancera pudieran convertirse en fuertes contendientes en 2018 y, en esa dinámica electoral, créanme que el senador Miguel Barbosa llevaría mano en Puebla por el partido del Sol Azteca.
Para nadie es un secreto que para el PAN será muy difícil recomponer el camino de aquí a 2018. La reconstrucción de la derecha parece que se llevará más de un sexenio. Y, aunque Moreno Valle pretende ser el candidato —lo cual le daría mucha fuerza a su delfín—, la realidad es que antes que él existen cuando menos cinco suspirantes formados para pelear esa posición.
Por su parte, el PRI —apoyado en la estructura y el poder— difícilmente cederá la silla presidencial al término del mandato de Peña Nieto, aunque en este momento parece muy flaca su caballada.
A todo lo anterior hay que agregar que el primer domingo de julio de 2018 los poblanos elegiremos presidente de la República, gobernador, senadores, diputaciones federales y locales, al igual que a 217 presidentes municipales.
Seis boletas tendrán que ser tachadas, donde evidentemente robará cámara la que definirá al nuevo habitante de Los Pinos.
Más allá del nombre de Miguel Barbosa como una simple hipótesis, es un hecho que las circunstancias nacionales impondrán condiciones en la elección local.
Todo lo anterior se lo debemos a los intereses personales del Señor de los Cerros y al entreguismo de los diputados locales, quienes pasarán a la historia como la Legislatura que le robó la autonomía electoral a nuestro estado.
Lo peor de todo es que la próxima Legislatura se prepara para seguir fungiendo como una oficina de trámites del Poder Ejecutivo.
¿Y lo mejor está por venir?
QPM.
 
Por increíble que parezca, dentro de la fantasiosa política poblana hoy son muchos los que tienen posibilidades de convertirse en minigobernadores, incluido Luis Miguel Barbosa.
Así es la política mexicana: caprichosa, absurda, inverosímil y hasta milagrosa.
Está tan flaca la caballada, que hasta Héctor Alonso aspira a ser gobernador.
Por el momento, la izquierda sólo tiene un delfín, y con un poco de suerte se saca el premio gordo.
Aunque usted no lo crea.