Recuerdo perfectamente las caras largas de los priistas en aquella noche del 4 de julio de 2010; en contraste, los panistas celebraban eufóricos junto con los personajes cercanos a Rafael Moreno Valle.
A casi tres años y medio de distancia, un simple análisis de las condiciones que rigen la política local nos permite concluir que los verdaderos perdedores de la elección de 2010 no fueron otros que los panistas.
Si bien es cierto que a partir de ese día el PRI poblano vivió la peor crisis de su historia, también es cierto que les permitió sacudirse los estigmas de las viejas figuras y a los grupos que controlaron ese partido en los dos últimos sexenios.
Hoy la clase melquiadista está prácticamente extinta, por dos sencillas razones: unos fueron absorbidos por el morenovallismo y otros abandonaron al grupo para sobrevivir en la orfandad a la que fueron condenados con el amasiato de su jefe político con el hoy gobernador.
Por otro lado, los marinistas se convirtieron en una especie apestada en donde la persecución los llevó a desaparecer del mapa, con algunas excepciones.
En ese sentido, los sobrevivientes del tricolor encontraron la tabla de salvación con el retorno del PRI a Los Pinos, en donde los más hábiles se acomodaron en cargos nacionales, extendiendo los beneficios a las más de 40 delegaciones federales, desde donde se reagrupan para esperar mejores tiempos electorales en Puebla.
Visto de esta forma, los priistas hoy tienen en el gobierno de Peña Nieto un apoyo para sobrevivir a la ausencia del poder estatal al que aspiran recuperar en el 2018.
A cuatro años y medio de distancia, los priistas tienen cuando menos cuatro figuras con las que intentarán recuperar el poder, apoyados en la estructura federal, la cual se irá fortaleciendo conforme avance el sexenio peñista.
En sentido contrario, los panistas perdieron —sin saberlo— el control absoluto de su partido.
En 40 meses la fuerza morenovallista les arrebató absolutamente todo: ideología, espacios, estructura y, sobre todo, poder. Es decir, les quitaron hasta el modito de andar.
Y nada le pueden reclamar al Señor de los Cerros, quien ya les demostró que no es de los que piden, sino de los que arrebatan. Si los panistas tienen un reclamo, que se lo hagan ellos mismos.
Basta con echarle un vistazo al gabinete estatal para comprobar que los panistas de cepa son los verdaderos marginados de este gobierno. No hay un sólo secretario del PAN, mientras que abundan los de otros partidos. Pero lo más humillante para ese partido es que en el actual gabinete pululan los expriistas.
Y por si algo les faltara, el único reducto que tenían los blanquiazules era el gobierno municipal, en donde encontraron espacios y un poco de poder; para su mala suerte, esa trinchera también ya la perdieron.
La forma en la que hoy se designan a los dirigentes de Acción Nacional desde Casa Puebla es un duro golpe para la derecha poblana, la cual presumía la democracia interna de su partido.
Pero ese partido ya no existe, lo perdieron en aquella borrachera poselectoral de julio de 2010. 
Aún recuerdo a Juan Carlos Mondragón, como líder estatal panista, celebrando el triunfo morenovallista en aquella noche “blanquiazul”.
A toro pasado, habría que preguntarle si celebraría igual sabiendo que le quitarían la dirigencia estatal y que hoy tiene que demandar a la coalición que los llevó al “triunfo” para tratar de convertirse en diputado local.
Y así como Mondragón, todos los panistas de tradición viven su propio calvario.
Cuando menos, anteriormente —del lado de la oposición— lograban negociar posiciones y beneficios a los que hoy no tienen ningún derecho.
En esa lógica, ¿quién perdió en el 2010?
Hoy los panistas son gobierno sin serlo.
Son un cero a la izquierda.
Ni más ni menos.