Eso del adiós a la monarquía para entrar a un régimen republicano es una verdadera jalada, vaya. Si no me crees, lector querido, échale un vistazo a la composición de la Cámara de Diputados y a la de Senadores, lee los apellidos de quienes nos gobiernan. Descubrirás cómo funciona el sistema monárquico a la mexica. Verás cómo son unas cuantas familias privilegiadas las que reinan en nuestro Mexiquito desde el viejo reinado cardenista.
Son los tíos, primos, hermanos, hijos, las comadres, los compadres y hasta las secretarias de los gobernantes quienes conforman el linaje que hoy gobierna nuestro maltrecho país. Obviamente, sus majestades se pasan por los “tompiates” el anticonstitucional nepotismo como lo hacen con otras tantas leyes y mandatos. 
La diferencia entre la monarquía española y la nuestra es que, la nuestra, en lugar de colgarse un montón de medallas de metal (porque de las otras sí se las cuelgan), lucen un monísimo escudito en la solapa del saco que portan: un escudito de oro que define al lugar y reino que les pertenece y en el cual pueden hacer lo que les de su real y portentosa gana. 
No portan una corona porque son muy “discretos y sensibles” ante la miseria del pueblo que gobiernan, pero ni falta las hace; con la guardia personal que los protege y los “discretos” transportes que utilizan, nosotros, la “perrada”, ha aprendido a reconocerlos con facilidad…
Pero hay de aquel miserable que ose mirarlos a los ojos, o que les pida rendición de cuentas, porque le puede costar la vida o cuando menos una “madrina” de pronóstico reservado o una revisión de Hacienda de jodido.
Quizá la diferencia más marcada entre el rey de España y el de acá, sea que en el de allá son poquitos, vaya, son menos; los de aquí son un friego, más sátrapas y rotundamente más incultos, cínicos e insensibles.