Me pregunto de qué serviría mantener en nuestro presente el pasado. Aparentemente no serviría de nada, sin embargo, lo irónico de esta situación es que nuestro presente, o mejor dicho la percepción de nuestro presente, se basa en lo que percibimos e interpretamos en el pasado, en nuestra infancia. 
Así es, lector amigo. Nuestros padres o quien sea con quien hayamos dado nuestros primeros y maleables pasos son los que provocaron el que veamos el mundo de manera única y personal.
Una naranja, un celular, un viaje, un amor, la soledad, la envidia, el mar, el tiempo, todo, todo es percibido de forma diferente por cada uno de nosotros. Percibimos de forma única. 
Nuestra circunstancia de vida y nuestra genética, color de piel, pelo, altura, las cualidades y defectos físicos también hacen que veamos el mundo de forma única. ¿A caso no es ilógico que pensemos que nuestra forma de percibir el mundo es la correcta? ¿Quién de los 7 mil millones de habitantes de éste palamenta es el que pude ser el dueño de la percepción verdadera, de la verdad?
Los cinco sentidos, la vista, el gusto, el olfato, el tacto y el oído, son parte del equipo con el que venimos a este mundo. Con ellos percibimos todo lo que nos rodea y formamos nuestra propia historia del mundo. Al hacer uso de estos cinco sentidos, vamos transformando, reafirmando y reforzando nuestras percepciones para poner en práctica un nuevo sentido, el sentido común, que, como se dice, es el menos común de los sentidos.
El sentido común tiene una importancia relevante, si tomamos en cuenta que vivimos en sociedad. Podríamos decir que el sentido común refleja el pensamiento, las percepciones de una comunidad, es decir, de la mayoría. 
¿Me pregunto si habrán logrado construir este “sentido” común nuestros servidores públicos? ¿Sabrán que existe? Porque lo que nos muestran y vivimos a diario es otro sentido: el sentido de impunidad total.