Si la línea discursiva trazada desde Casa Puebla para evitar males mayores por el homicidio del niño José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo pasa por Tlatlaya, en el Estado de México, en donde el 30 de junio fueron ejecutadas 22, tal vez alguien en el gobierno del estado debería ofrecer una explicación sobre la desaparición de 43 normalistas y la muerte de seis personas hace un mes en Iguala, Guerrero.
Y es que la virulencia de la respuesta de los afiles del gobernador Rafael Moreno Valle Rosas ante la exigencia priista de la necesaria renuncia del secretario de Seguridad, Facundo Rosas Rosas, por la brutalidad policiaca en el operativo del 9 de julio y sus secuelas mortales obvió un dato que debe ser subrayado.
Olvidan que el aliado insoslayable del PAN en Puebla como en Guerrero es el PRD, sumido en el lodazal nacional por el exterminio de opositores a ese remedo de pareja imperial, integrada por José Luis Abarca y María de los Ángeles Pineda, el edil y su esposa, hoy vinculados con la agrupación criminal Guerreros Unidos.
Prófugos de la ley, los responsables de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, según señaló la PGR, fueron apoyados por Los Chuchos, que en nuestro territorio valió las aspiraciones de quien hoy despacha en el gobierno del estado.
No sólo eso, el secretario general de Gobierno, Luis Maldonado Venegas, y el incondicional que tiene en la Secretaría de Educación Pública, Jorge Cruz Bermúdez, han hecho hasta lo indecible para pertenecer a ese partido, una aspiración consentida por Los Chuchos.
Maldonado Venegas y Cruz Bermúdez deben explicar las razones por las que un partido de izquierda en México ha consentido personajes que persiguen y asesinan estudiantes de origen humilde de escuelas rurales cuya única aspiración era ser profesores en un país de lleno de analfabetas.
El problema de la argumentación de los defensores de funcionarios rupestres como Facundo Rosas en una administración pública prepotente y obcecada por el orden es de memoria, según se puede apreciar. O bien: acusaron la paja en el ojo ajeno sin poder ver la viga en el propio.
Olvidaron estos voceros oficiosos que en este periodo gubernamental en Puebla como el que terminó en Guerrero con la salida de Ángel Heladio Aguirre Rivero, las consecuencias han sido notoriamente deficitarias en términos de respeto y promoción de derechos humanos.
Un día se escuchó decir a quien es considerado el tutor político del gobernante con ínfulas de candidato presidencial, Melquiades Morales Flores, el único exgobernador de Puebla que puede caminar con dignidad las calles sin ser increpado, que los políticos deber ser como elefantes.
Según esta metáfora, se debe tener una trompa larga para poder olfatear los riesgos en la función pública; un par de orejas grandes para escuchar con atención los consejos de quienes han transitado por episodios análogos y así evitar repetir la historia; una piel dura para resistir los ataques de los grupos opositores y una cola corta para que nadie la pueda pisar.
Es obvio que el pupilo iniciado desatendió las lecciones de este hombre que gobernó casi sin aspavientos. El resultado de la defensa de los voceros con los que cuenta es resultado de la escuela de la que abrevaron: el oportunismo y la improvisación.