Hace una semana platiqué con un grupo de pobladores de Chalchihuapan, quienes me relataron la escalofriante angustia que hoy se vive en esa junta auxiliar.
Con voces que apenas se escuchan, como si temieran ser escuchados, me detallaban la forma agresiva en la que llega la policía por las noches, como si se tratara de un escuadrón en guerra. Camionetas repletas de agentes ministeriales, encapuchados y armados hasta los dientes, rompiendo puertas y ventanas, levantando semidesnudos a hombres, mujeres y niños a punta de mentadas de madre. Y Golpeando a todo aquel que se oponga y exija explicaciones.
“En nuestro pueblo no dormimos, nos tenemos que subir al cerro todas las noches, porque toda la gente tiene miedo. Nos hemos organizado, tenemos centinelas en las torres de la iglesia. Nos hemos estado armado porque no teníamos como defendernos. Tenemos alarmas entre nosotros para cuando vengan. Pero sabemos que no es suficiente, ellos vienen de a cien y nos agarran de sorpresa. Por eso nos vamos todas las noches al cerro para poder dormir un poco”.
Esas son sólo algunas de las frases que escuché de estos angustiados poblanos respecto a los constantes operativos policíacos, después del fallido desalojo que provocó la muerte del niño Tehuatle.
Es evidente que el gobierno morenovallista ha convertido a San Bernardino Chalchihuapan en un auténtico Valle del Terror, en donde la penumbra ya es parte de la vida cotidiana de todos los pobladores.
Y créanme que sus temores no son gratuitos, por el contrario, tienen fundamentos de sobra para vivir en la zozobra.
No es gratuito que a los costos de esta guerra —porque pareciera existir una declaratoria de guerra del Señor de las Balas contra este pueblo— se suman un niño muerto, media docena de pobladores mutilados y lesionados de gravedad, una docena de prisioneros y la detención de su presidente auxiliar, apenas el viernes pasado.
Seguramente se volverá a decir que en Chalchihuapan habita la peor escoria del estado: narcotraficantes, narcomenudistas, sicarios y toda la gama de peligrosos delincuentes que contemplen los códigos penales.
El problema es que el encargado de integrar todas las averiguaciones en contra de los ahora detenidos es nada más y nada menos que el procurador Víctor Carrancá.
El mismo que fue exhibido por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos por haber inventado la historia del cohetón, "fundamentado" en los estudios realizados a 60 cabezas de marranos.
¿Cómo confiar en la imparcialidad de un hombre que olvidó que su función primordial como procurador era la de representar y velar por los intereses de los poblanos, cuando prefirió inculpar a los pobladores de Chalchihuapan para defender la imagen del gobernador Moreno Valle?
Basta con retomar las entrevistas que en medios nacionales le hicieron a Carrancá, para entender que no tiene ni tendrá escrúpulo alguno para encarcelar a quien haga falta, con tal de proteger y cumplirle a su jefe, el Señor de las Balas.
Ante cámaras y micrófonos, dijo —con un cinismo alarmante— que a José Luis Tehuatle lo mató una onda expansiva de un cohetón, y negó que hubiese sido la policía estatal, versión que fue descalificada contundentemente por la CNDH.
Pues ese mitómano fiscal ha sido el encargado de investigar, a través de su "profesional" equipo de colaboradores, a todos los presos de Chalchihuapan, San Miguel Canoa y La Resurrección.
Evidentemente saben que estas consignaciones cuentan con el aval incondicional del Tribunal Superior de Justicia del estado, cuyos jueces tienen la orden directa de emitir de inmediato las órdenes de aprehensión en contra de quienes diga Víctor Carrancá.
Así las cosas, desde la Procuraduría General de Justicia se arman los expedientes y en el TSJE se consolidan para que, una vez en la cárcel, se les imponga —en caso de alcanzar fianza— un monto lo suficientemente alto para impedir que alcancen su libertad.
Si consideramos que ya suman más de 50 los presos políticos, tenemos que la Procuraduría de Justicia es la fábrica de delitos más grande de México.
Es innegable que los poblanos nos encontramos en total estado de indefensión.
Ni más ni menos.