Solvencia. Una gran solvencia fue el común denominador que predominó en las crónicas en relación con la llamada “encerrona” de Eulalio López “Zotoluco”, el pasado domingo en la Gran Plaza.
“Es como arrojarse a un pozo con los ojos cerrados, queriendo llegar al cielo”; la frase, tan expresiva, de manera bien clara explica lo que ocurre cuando un torero, queriendo alcanzar el cielo, la gloria del toreo, se arroja con los ojos cerrados al fondo de un oscuro pozo, pues en realidad, con un estado de ánimo embriagante por recientes triunfos o un punto lleno de clamor de su carrera, se enfrenta a la negrura de un destino desconocido ante 6 toros 6, de los que ignora sus posibilidades de lidia, comportamiento y, por tanto, de triunfo. Quizá es por ello que generalmente seleccionan 6 de diversas ganaderías 6, a tener que arriesgarse con un encierro de 6 de la misma casa.
Y así escogidos: el primero fue de Pepe Marrón, cárdeno que no ofreció mayores posibilidades que poder apreciar el mando de muleta de Eulalio López, quien lo mató de estocada caída. El segundo, de Javier Garfías, colorado, ojinegro, con bragas y axilado, astiblanco, permitió el lucimiento del matador en solitario, en un quite muy vistoso por chicuelinas en maridaje con navarras. Nueva faena de poder que termina con el otorgamiento de una oreja.
De Jaral de Peñas fue el tercero, por cierto, número 13 y con 513 kilos de romana. Negro al que el torero chintololo saludó con un par de bellas largas cambiadas, de rodillas, muy bien al estilo “paquirri”, citando con la mano izquierda en alto para señalar precisamente el cambio de viaje mandado con el percal. No hubo quite. En muleta ha sido de los seis el que más ha puesto a prueba la capacidad de lidia del Zotoluco, mostrada con eficiencia y gran solvencia, como dicho queda. De verdad que le ha hecho sudar el terno que era en negro elegante con bordados muy recamados en oro; cabos y remates en blanco.
El cuarto fue de Montecristo, berrendo, casi, casi encinchado, sin que el manchón blanco llegara a completar el circulo en el vientre, calcetero y rabicano. “Estrellado”, mancha de bordes irregulares en la cara, que no “facado”, cómo mal dijeron los cronistas, sobretodo el vetusto y zotoluquista Giraldes, quién dijo que era “facado” por la mancha blanca “vertical” sobre el rostro, siendo que la descripción de facado viene por una mancha “horizontal”, como si fuera hecho por el trazo de una faca, navaja o cuchillo de corte curvo muy usada en el campo, arma común entre la gitanería, que al hacer un corte que siempre es de izquierda a derecha, la lesión será horizontal y jamás vertical.
No se prestó al toreo de capa y recibió un señor puyazo de Nacho Meléndez que aguantó recio la embestida del de German Mercado Lamm. Zotoluco quitó por chicuelinas, y el toro que a todos daba muchas esperanzas terminó parado para recibir estocada caída. El quinto, haciendo alusión a aquello de “no hay quinto malo”, fue de Xavier Sordo, de Xaxay, cárdeno obscuro, bragado; recibió el saludo con verónicas templadas y una media soberbia. Fue llevado al caballo por el de Atzcapózalco por chicuelinas caminantes. Faena de inicio vibrante de rodillas. Mandamás se llamó el toro que, sin duda, fue el mejor de la tarde y permitió hacer ver y demostrar a Eulalio que de verdad es un mandamás toreando, y así con gran poder y solvencia le instrumentó muletazos de dulce al toro cuyas embestidas eran de eso; de dulce. Los naturales fueron superiores en mando y lentitud. Mejor estocada para muerte de toro bravo entre los aplausos del respetable puesto de píe. Una oreja de premio.
El cierra plaza fue de Fernando de la Mora, negro entrepelado con bragas. El único paliabierto del encierro, que se prestó para un buen toreo de capa y a un muy vistoso quite del matador Guillermo Martínez por saltilleras. A este sexto, el encerronado no le encontró la distancia y ante las evidentes muestras de cansancio, la tenaz lucha con el cuarto que le hizo sudar el negro terno, dio como resultado, un pinchazo, media estocada delantera y tendida, para un aviso, seguido de falla y acierto en el descabello. En labores de brega sobresalieron Alejandro Prado quien llevó a los toros con el capote por delante sin llegar a dar el fatídico capotazo; Cristian Sánchez que por enésima vez saludo desde el tercio por sus pares de garapullos y Nacho Meléndez que aupado aguantó de verdad en puyazo que resultó para pintura firmada por Ruano Yopiz.
Y siguiendo la sentencia de que “lo bien toreado, bien arrematado”, quiero concluir que, pese a los quejidos, lamentos y lloriqueos de plañideras de los que todo protestan y nada les parece, los amargados que tildaron esta corrida de pequeña, debo decir que fue un buen encierro, bien seleccionado, con harta y muy buena presencia los 6 toros 6, que si bien no tuvieron ostentosas y aparatosas cornamentas; lo cierto es que fue una corrida, bien presentada y, sobre todo, todos los toros muy bien “arrematados”.
En solitario, hizo el paseíllo el torero de Atzcapozalco, Eulalio López Zotoluco; vestido de negro, elegante, con recamados bordados en oro nuevo, en trazo de cruz; con remates y cabos blancos.
Fotografía en black & white, en la que aparece el equipo de Zotoluco, el apoderando Alonso Cuevas, el matador Alejandro Silveti, director artístico, y el popular Jesús Chuchito Martínez, el mozo de estoques. Foto del profesor, psicólogo de la cámara, Tadeo Alcina.
Toreo de capa, variado y vistoso instrumentó Eulalio, en lances de recibo y quites.
Muy solvente y mostrando gran poder y conocimiento de lidiador del Zotoluco, aquí con el bello Berrendo de Montecristo.