En los últimos tres sexenios, todos bajo gobiernos priistas, los poderosos inquilinos de Casa Puebla debieron enfrentar, como Ulises, el cautivador canto de las sirenas.
Vayamos a la historia.
Hay que recordar que en el 97, Manuel Bartlett se adjudicó el carro completo en una elección en donde el PRI se quedó con las 15 curules federales en juego, operadas por Mario Marín como presidente del Comité Directivo Estatal del tricolor.
Seis años más tarde, Melquiades volvió a la senda ganadora en el 2013, tras haber perdido por vez primera la capital del estado. En esa ocasión, el PRI se quedó con 10 de las 15 diputaciones en juego, perdiendo únicamente las cuatro de la capital y Atlixco.
Emulando a su mentor, Mario Marín igualó la hazaña bartlista y se volvió a adueñar del carro completo, al apoderarse esta vez de todas las curules en disputa, pese al deterioro sufrido por la crisis del Lydiagate.
Sin embargo, de los tres existosos operadores electorales, sólo uno sucumbió ante el cautivador canto de las sirenas.
Veamos.
Estoicamente, tanto Manuel Bartlett como Melquiades Morales se resistieron a escuchar el famoso canto de las sirenas, después de haber ganado cómodamente sus respectivas elecciones intermedias federales.
De acuerdo a los números, estos dos viejos lobos de mar tenían en sus manos la oportunidad de jugar con sus respectivos delfines, para poder lograr el sueño de todo gobernante, que es el de imponer a su propio sucesor.
Pese a que las cifras les podrían haber hecho pensar que estaban en condiciones favorables para manejar a su antojo la sucesión, ambos decidieron no caer en la tentación, entregando la estafeta al mejor posicionado.
A diferencia de sus dos predecesores, Mario Marín sí escuchó el cántico en altamar, y terminó por tratar de imponer al hombre que durante años se encargó de convencerlo de ser el único que merecía su confianza.
Pese a los riesgos de su elección, Marín se dejó llevar por los números que arrojó la elección federal, en la cual ganó hasta en las zonas tradicionalmente panistas.
Así fue como Mario Marín apostó por Javier López Zavala, con las consecuencias que esta decisión trajo implícitas.
De ahí que la elección intermedia federa, represente una seria tentación para quien deberá dehojar la margarita en unos cuantos meses.
Y en el caso del 2016, las circunstancias tendrán matices y condiciones sui generis, que deberán ser tomadas en cuenta por el Señor de los Cerros.
Veamos.
Si la elección se pinta de azul y 10 o más distritos son ganados por los candidatos morenovallistas, la tentación para el inquilino de Casa Puebla puede ser gigantesca.
Si los números se equilibran y el PRI se adjudica Izúcar, Zacatlán, Ajalpan, Tehuacán, Serdán, Huauchinango, Tepeaca y alguna otra, las circunstancias serían muy distintas para el juego sucesorio.
Y todo esto sin contar si Moreno Valle decidirá jugarse con Tony Gali —su única carta de peso— la elección de año ocho meses a través de la llamada minigubernatura, o si va a asegurar la estadía de su grupo, ampliando el término constitucional a cuatro años ocho meses, desapareciendo la figura del minigobernador.
En esta vorágine sucesoria, no falta quién cree que hasta Luis Maldonado, Eukid Castañón o Cabalán Macari pueden ser los elegidos.
Solo el tiempo nos dirá si como Ulises, el Señor de los Cerros logró evadir el embelesante canto de las sirenas. 
Veremos y diremos.