Me he topado con un nuevo bicho. Este, además de delirante antitaurino, es antiespañol. Con saña la emprende contra mí, nada más terminada la frase en la que le he dicho que escribo de toros. La ringlera se va como hilo de media, tan sandia y ordinaria como frívola. Estamos en el autolavado y a mi mente llega la imagen de mi madre cuando me ordenaba: “¡Nunca hables con desconocidos!”. La primera parte de su alegato, el tipo lo remata congratulándose por las muertes recientes de toreros. Estúpido donde los haya, pero feliz como si la frase fuera un tesoro de creatividad, cierra con lo de: “¡Ahora, sí, la oreja del torero para el toro!”.

Estoy acostumbrado a ese tipo de anti humanismo. Los tiempos que corren son tremendamente majaderos. En la actualidad, preocupa más defender las comodidades de un ratón albino, que los derechos de los niños de la calle. Por ello, los argumentos de un necio me mueven tanto como el cacareo de una gallina. Lo sorpresivo fue lo que vino a después. Su segunda exposición tocó el tema de lo españolista. Según él, los taurinos nos sentimos españoles y somos unos renegados y unos faroles a los que nos gusta pronunciar… como si hubiéramos nacido en Triana, completo yo. Claro que todo eso me lo dijo en perfecto español, no en náhuatl, ni en chichimeca.

Como tengo la consigna personal de no discutir con imbéciles, por aquello de que obligan a ponerse a su altura y ahí, voy en desventaja, le contesté que difería en absoluto de su opinión y que me perdonara, que no me iba a acalorar con el tema, porque es como montarse en la bicicleta estática, te desgastas, te agotas y al final, no consigues avanzar un milímetro.

Sin embargo, una cosa es que no me guste discutir, y otra, que me quede sin hacer nada. Así que aquí estoy, dándole duro al teclado. Repudiar lo español es tanto como despreciar una parte de nosotros mismos. Con un Pérez o un Martínez en los apellidos ya está. Tenemos un malentendido ancestral que aprendemos en el colegio en clases de una deformada historia oficialista. El significado de la palabra patria no es el que nos dijeron, sino algo muy diferente. Nos enseñan que el vocablo hace referencia a los héroes y a conceptos como la bandera y al himno, pero, esas personas y símbolos aluden, más bien, al Estado. La patria son joyas como la lengua, el paisaje y la tradición. Así que las llevamos puestas, hablamos español, observamos un paisaje mexicano y conservamos una tradición mestiza.

Si supiéramos apreciar todo eso, los mexicanos tendríamos solucionado nuestro complejo de inferioridad y el trauma por la carencia de identidad. Aceptaríamos al padre que nos dijeron que no tenemos, porque la indígena fue violada y luego, abandonada. Un padre, como lo tienen los romanos en Cicerón y los argentinos en Martín Fierro. Es cierto, durante la conquista hubo matanzas y abusos sexuales, de ahí el repudio, pero es que aquello fue una guerra y muertos e injusticias hubo de los dos bandos. Despreciar lo español por eso, cuando al paso del Virreinato vencedores y vencidos terminaron en la misma cama, es tan aberrante como si los alemanes repudiaran a los sajones, por haber invadido al imperio carolingio.

Así que lo siento, somos mestizos y algunos amamos a España. Eso no quiere decir que nos sintamos íberos ni que queramos hablar igual que ellos. El toreo, como todo oficio, tiene su jerga que viene de allá y es una modalidad lingüística muy bella. Aunque debo decir que algunos toreros mexicanos lo único que aprenden en España es a hablar como los peninsulares, más en concreto, como los andaluces. Cuando vuelven, percibes que siguen toreando igual de mal que antes, pero ya le ponen énfasis a la zeta y han cambiado lo de huevos por cojones.

Por si faltara, sabedor de que las casualidades no existen y que las cosas pasan por alguna razón misteriosa que desconocemos, mi colega, el profesor David, que es asturiano y un gran historiador, esta mañana nos ha mandado una efeméride como lo hace con frecuencia. La de hoy, habla de que el tres de agosto, pero de 1492, tres carabelas salieron del puerto de Palos. Es un vídeo con música de Vangelis e imágenes de la película La conquista del paraíso.  Mirando las escenas celebro que luego, hayan zarpado más naves y que algunas trajeron a América los toros y el toreo, tradición aprendida y adoptada con fervor. Y que con el paso de los siglos acarrearan sustantivos comunes como ensabanao, banderilla o alamar y propios como Saltillo, Mazzantini, Cagancho y Manolete. Gracias a ese ir y venir supimos de Velázquez y Cervantes, de la parra y el romero, de Camarón  y Paco de Lucía, de la oliva y el turrón, de Lope y de Quevedo, de Romero de Torres, Picasso y García Lorca, por supuesto de Serrat y de Sabina, y de muchas otras personas y cosas que, sumadas a lo que ya había aquí, nos enriquecieron aún más.

Nada carga tanto como un tonto dándoselas de especialista en la materia. Desde luego, al tipo lo invité a leer mi página. “Con el pretexto de los toros, hablo de la vida”, le dije para convencerlo. Ojalá, se haya animado. Este texto se lo brindo de la manera más castiza: ¡Va por uste’!.